Inofensividad

El concepto de inofensividad que se recoge en la mayor parte de los diccionarios de las lenguas es muy limitado. Se refiere sobre todo a la incapacidad de ofender, a no poder causar daño, ofensa, o molestia a los demás. La auténtica inofensividad no tiene que ver con una limitación para ofender, es un desafío mucho más profundo, que exige valor y plena capacidad enfocada en evitar herir o dañar.

Ser inofensivo es uno de los mayores retos que nos podemos proponer y una de las formas más directas de transformar nuestras vidas en profundidad, forzando la evolución hacia niveles que están muy por encima de las limitadas visiones de quienes permanecen atrapados en algún grado de ofensividad.

A primera vista el concepto de inofensividad parece poca cosa, tal vez propio de personas muy sensibles y de escasa resistencia, excesivamente bondadosas y que evitan enfrentarse a los problemas; pero la realidad es muy diferente.

Podemos clasificar como “malas” u “ofensivas” determinadas formas de actividad, no solo por los fines que persiguen, sino sobre todo por la energía que las motiva, por su orientación errónea, por su uso incorrecto, y por estar basadas en el egoísmo personal. En la ofensividad se concentran fuerzas enfocadas en los aspectos más negativos de la personalidad, en una actitud egocéntrica que ignora a los demás, a los que trata de imponer su deplorable mundo, vacío de amor y saturado de autosatisfacción y crueldad.

Cualquier cosa que hacemos a los demás nos lo hacemos a nosotros mismos. La mente subconsciente graba las motivaciones internas, los pensamientos y sentimientos de todo lo que hacemos, sin distinguir si lo dirigimos a otros o a nosotros mismos, y pasa a integrarlos en su forma de ser y actuar. Cuando estos son de una naturaleza negativa, las consecuencias son limitaciones, rencor, amargura, y todo tipo de estados de desarmonía física, emocional y mental. Cuando son de naturaleza positiva los efectos son bien distintos: se aumenta la capacidad de irradiar amor y buena voluntad y de disfrutar del bienestar y la alegría interior que acompañan al camino con corazón.

Inofensividad es la expresión de la vida de un ser humano que toma conciencia de que forma parte de un mundo mucho más amplio que su pequeño círculo de percepción, y que trata de vivir como alma, en la búsqueda de esa naturaleza de amor puro e incondicional que es su esencia, por distante que parezca estar. La inofensividad activa las fuerzas del verdadero amor, y libera energías espirituales que vitalizan la personalidad y la dirigen hacia la correcta acción, produciendo cautela en el juicio, reticencia al hablar, y habilidad para abstenerse de toda acción impulsiva, mostrando un espíritu exento de crítica.

La inofensividad es un disolvente natural de estados erróneos de conciencia. Ser inofensivo es el método más adecuado para purificar el cuerpo etérico, porque es un procedimiento activo que atrae energías más elevadas que se distribuyen por todo el entramado energético y se irradian al resto de los cuerpos, al entorno y a las personas que nos rodean.

De las muchas formas que se puede ser ofensivo, sin duda la crítica ocupa un puesto destacado y lamentablemente es una práctica muy generalizada en las “modernas” sociedades de nuestro tiempo. Criticar a los demás, sobre todo en su ausencia, es una práctica muy dañina, en especial para uno mismo, porque tiene el oscuro poder de sacar lo peor tanto del que critica como del que es criticado.

Ante una cadena de pensamientos y palabras de crítica, la personalidad se enfoca con fuerza hacia orientaciones erróneas, hacia la mente inferior y hacia emociones negativas, con lo que queda asegurada su capacidad de dañar y herir. La crítica corta el camino evolutivo, porque nadie puede proseguir en el camino mientras se aleja de su corazón, y daña y causa dolor a sabiendas, y no deja espacio para el amor. La crítica es peligrosa, porque daña la confianza y despierta el resentimiento propio y ajeno. La crítica es inútil porque no es una solución a nada, pone a todo el mundo a la defensiva, despierta la belicosidad en su entorno, acrecienta los problemas y las situaciones difíciles, y las crea dónde no las hay. La crítica es un potente veneno que afecta a todos los cuerpos. Siempre perjudica al que critica y muy a menudo al que es criticado, que solo está a salvo cuando su aura emana amor y desapego y su vibración no tiene ningún componente de negatividad que pueda responder a la misma frecuencia de la fuerza que trata de atacarle. Cuando no hay ninguna similitud de vibración, hay inmunidad al virus de la crítica, y en ese caso se produce un rebote que devuelve la carga destructiva a su fuente de origen, y se cumple el viejo dicho: “las maldiciones, lo mismo que las bendiciones, vuelven a su casa para anidar”.

Quién critica suele creer que comprende a los demás, sin conocer sus circunstancias y sus situaciones internas, y muchas veces cree también que piensa y actúa correctamente, sin darse cuenta que el móvil que le mueve tiene una fuerte carga de envidia, de ambición y de orgullo, sin tener la mínima conciencia del enorme espejismo en el que se ha perdido. La crítica crea barreras entre las personas y entre la personalidad y el alma del que critica.

En lugar de criticar a los demás, hay que tratar de comprenderles, intentar entender porque hacen lo que hacen, saber cuál es su campo de sufrimiento, sus limitaciones; y responder con amor. Las pequeñeces de las personalidades, sus ambiciones, sus conflictos, las incomprensiones entre unos y otros, y sus pequeños defectos, en realidad no tienen sentido ni sustancia, son efímeros y están condenados a desaparecer.

Lo que otros digan no debe alimentarse con nuestra atención, que digan lo que quieran, no nos interesa. Hay que evitar caer en el contagio de la crítica, no hablar mal de nadie, y en todo caso hablar sobre sus buenas cualidades. Conviene no hablar mucho y hacerlo siempre en estado de calma, mejor con cierta lentitud, tomándose el tiempo que haga falta para formar opiniones, y expresarlas solo cuando aporten algo constructivo. Hay que practicar estados mentales que se contraponen a la crítica, como la empatía, la compasión, la comprensión, la tolerancia, la observación con amor sin emitir juicios. Las habladurías y las informaciones maliciosas se desvitalizan por medio del amor, creando formas mentales de paz y armonía, pensando bien. Hay que extremar el cuidado de los pensamientos respecto a los demás, y eliminar toda crítica y desconfianza tan pronto como se detecta, manteniéndose firme en la luz y claridad del amor.

En ciertos momentos y situaciones la crítica puede basarse en un reconocimiento de hechos evidentes y tangibles. Pero es imprescindible diferenciar el sentido de crítica de la capacidad de analizar y de aplicar con sensatez lo comprendido. Por muchas evidencias y razones que se tengan para criticar solo es admisible aquello que se piensa y dice con amor, aquello que es oportuno y constructivo. La crítica, mientras no se torne destructiva puede ser sana, entonces casi ni se puede llamar crítica, es más bien una conversación entre amigos, dónde las personas se sinceran con buena voluntad, y eso nunca produce rechazo. Pero es tan difícil criticar con amor, y es tan alto el riesgo de caer en las densas redes de las actitudes personales, que lo más seguro es abstenerse de toda crítica y responder con amor y sinceridad solo cuando se nos hacen preguntas directas y en medio de una relación de total confianza.

Uno de los grandes vicios de la humanidad es poner demasiada atención en los errores, defectos y actividades de los demás, y muy poca en superar las limitaciones y prejuicios y amar más. Se precisa desligarse de las actividades de la personalidad, cuando utiliza insensatas palabras, silencios y críticas, con su patrocinio de lo indeseable en otros. Cada uno debe ocuparse de depurar sus imperfecciones y de su trabajo personal, dejando a un lado lo que hagan los demás. Se necesita guardar silencio externo y cultivar el silencio interno para liberarse de críticas y discusiones, y dejar que cada cual siga su camino

Esta actitud de no intervenir y de abstenerse de criticar y dejar en paz a los demás, no impide ayudarse mutuamente ni establecer correctas relaciones basadas en el respeto y la colaboración desinteresada.

Juzgar es otra forma de ofensividad, por desgracia muy extendida. En realidad el vicio de juzgar comienza con nosotros mismos, y luego se proyecta a los demás. Nos juzgamos a nosotros mismos, consciente o inconscientemente, y así también juzgamos a otras personas. No toleramos en otros lo que no aceptamos en cada uno de nosotros. Proyectamos las limitaciones propias, los sentimientos de culpa, las frustraciones, y tratamos de culpar a los demás por lo que nos sucede; una actitud que nos garantiza una vida mezquina y miserable. Juzgar es poner al descubierto la forma en la que nos proyectamos en los demás. Aquello que ves con supuesta claridad en los demás es justo lo que más te cuesta aceptar de ti mismo. Los demás son solo un espejo en el que a través de tus juicios salen al exterior tus sesgos, tu limitada interpretación de la realidad, y aquellos aspectos de tu carácter que no aceptas y niegas que existan. Hasta que no aprendamos a reconocer que somos los únicos artífices y responsables de todo lo que nos sucede, de lo que sentimos y de lo que pensamos, no podremos superar el espejismo del juicio y tomar las riendas de nuestra existencia sin buscar responsables externos.

“No juzgues si no quieres ser juzgado”, no es una frase vengativa o amenazadora, solo indica que sí juzgas, vivirás en un mundo de juicios, te juzgaras a ti mismo, y así siempre estarás en el banquillo de los acusados, y no hay juez más implacable que uno mismo. Se trata de que no te juzgues a ti mismo, ni a los demás. En vez de juzgar a nivel personal, observa y valora situaciones, con total consciencia, permaneciendo desapegado.

Las personas hacemos esto o aquello, pero no somos esto o aquello. Nuestras acciones o inacciones, más o menos acertadas, no nos convierten en algo determinado. Nadie tiene el derecho de colgarnos “sambenitos”, equivocadas definiciones personales que señalan imperfecciones, solo por la apariencia de nuestras actitudes.

Cuando más sabemos, menos juzgamos. La tendencia a imponer el propio punto de vista indica falta de comprensión. El alma nunca juzga.

Hay quién se preocupa con gran interés en que los daños o acciones ofensivas de los demás reciban un duro e inmediato castigo. El espíritu justiciero de mucha gente lleva implícito el veneno de la venganza, el ojo por ojo, diente por diente, una indeseable cualidad de la personalidad inferior que garantiza a su portador una vida de infelicidad y rencor.

Dejar los castigos a los demás para la justicia terrenal, con las debidas garantías, y sobre todo para la justicia divina, para las leyes del Karma, que se resumen en aquella simple y sabia frase: “lo que siembres cosecharás”. La inofensividad es la mejor forma de estar en armonía con la leyes del Karma, con la ley de Causa y Efecto. De correctas acciones surgen correctas reacciones. Si creas malas acciones, creas mal Karma, eres ilegal con respecto a la ley del Karma, y recibes tu propia pena, porque aprisionas tu mente y tu corazón.

El primer paso para practicar la inofensividad pasa por darnos cuenta de que no somos inofensivos en una determinada situación, y así podemos empezar a practicar la inofensividad para esa misma situación.

A menudo sabemos que somos nocivos, pero sin comprender la magnitud del daño. Otras veces, sin quererlo, hacemos daño porque nuestras acciones, no necesariamente ofensivas, no tienen en cuenta la sensibilidad de los demás en determinados asuntos.

Si en algún momento tomamos conciencia de que estamos siendo ofensivos, una sencilla práctica nos puede sacar del apuro. Podemos reabsorber en la luz los pensamientos hostiles y los deseos retorcidos sobre los demás y sobre uno mismo, apoyándonos en la respiración. Al inspirar reabsorber y recoger del ambiente los pensamientos y deseos incorrectos y visualizar como los llevamos hasta nuestro corazón que hemos convertido en un horno de luz, donde se purifican por el fuego del amor. Al espirar visualizar como todo se transforma en luz y esos pensamientos se diluyen. Con esta práctica nos aseguramos de limpiar lo que habíamos contaminado y desvitalizamos los “malos humos” expandidos, que ya no harán daño a nadie, ni volverán rebotados contra nosotros mismos.

Otra forma de desvitalizar una acción ofensiva consiste en llevar la atención al centro ajña, entre las cejas, con una concentración relajada, y pronunciar el mantra OM, con profundidad, preferiblemente de forma silenciosa, (OOOOMMMMMM), irradiándolo hacia la acción ofensiva.

Para desarrollar nuestra propia inofensividad, que debería ser la nota clave de toda vida evolutiva, hay que observar la conducta diaria, las palabras y pensamientos, e intentar que sean totalmente inofensivos, positivos y constructivos. Hay que ser conscientes también de cómo afectan nuestras acciones a los demás, evitando el contagio emocional de reacciones y estados emocionales negativos. Si te sorprendes teniendo un pensamiento nocivo, reacciona, retráelo, niégate a seguirlo, resintoniza la mente y eleva la atención. No luches con ese pensamiento, simplemente desvía la atención hacia un punto inofensivo. Parece complicado al principio, pero es cuestión de práctica, y pronto se ven sus resultados.

La inofensividad positiva, que supone constante actividad y vigilancia, se basa en el correcto pensar, en el correcto hablar y en la correcta acción, algo que exige toda nuestra atención y mucho valor, porque supone abandonar hábitos muy arraigados en la historia de la humanidad. No es la inofensividad que viene de la debilidad y de la huida de los problemas, ni la que proviene de la falta de poder para hacer daño, ni es la actividad bondadosa que traga con todo. Muy al contrario, la inofensividad es un estado mental firme y poderoso, que no duda cuando debe tomar una acción fuerte, a veces desagradable, pero acertada, porque el móvil que sustenta la acción está basado en la buena voluntad, y de allí solo puede salir algo bueno. La inofensividad es una cualidad del alma, por lo que su práctica conduce hacia la parte espiritual de la vida, esa parte que es capaz de penetrar en la conciencia del otro y comprender sus circunstancias; esa que todo lo perdona y está siempre en disposición de ayudar con amor y desapego.

Pensar inofensivo conduce al control de la palabra. La reacción emocional inofensiva, que no desea nada para el yo separado, abre un canal para que fluya el aspecto amor del alma. La acción inofensiva concede equilibrio, firmeza, capacidad en la acción y buena voluntad, y se orienta hacia la búsqueda del signo de la divinidad en todo.

La mejor forma de practicar la inofensividad es practicar el desapego, dejar de identificarse con lo que nos ocurre a nivel físico, emocional y mental, dejar a los vehículos que hagan su trabajo y dejen de ser el centro de atención. Cuanto más desapegado estás, más inofensivo eres. Si se está lo suficientemente desapegado se crea inmunidad al daño y a cualquier agresión que se recibe, se deja de ver enemigos y se deja de dar importancia a los supuestos defectos de los demás. El desapego también facilita el perdón. El verdadero perdón obra maravillas, en el grado en que el desapego te permita perdonar, se mitiga el karma relacionado con la persona nociva en cuestión, se liberan las cargas personales, propias o ajenas.

La inofensividad que se crea con el desapego rompe los vínculos de atracción con las corrientes de vida indeseables que se atraen como un imán en función del tipo de deseos que expresa la personalidad. El desapego libera del deseo, y determinadas formas de vida dejan de ser atraídas a las escenas de la vida diaria, creando condiciones más favorables para que impere la buena voluntad.

La inofensividad es necesaria para mantener una adecuada limpieza interna y purificar los centros y canales energéticos del cuerpo etérico, permitiendo la entrada de energías renovadas y de mayor vibración. La inofensividad abre el camino para que afluya la vida, libre del dominio del espejismo y la ilusión, y libra de los obstáculos que nos separan de la realidad.

La buena voluntad recibe siempre respuesta de todo corazón abierto al amor y al perdón. Quien practica sinceramente la buena voluntad afecta profundamente a su entorno, cambia su hogar, su familia, e irradia armonía al grupo social en el que habita. La práctica masiva de la buena voluntad es la que eleva los colectivos y los países. Cuando creamos inofensividad en todas las relaciones descubrimos que el mundo es un lugar en el que se puede vivir con mayor sencillez, mejor, más feliz y en armonía.

La inofensividad es el agente más importante para la neutralización del karma. Es lógico, el karma se crea a través de una u otra forma de ofensividad y de alterar el equilibrio de las leyes naturales de la creación

Frente a quien ha perfeccionado la inofensividad, cesa toda enemistad. Si se percibe enemistad y odio, es porque aún residen en el perceptor las simientes de la enemistad y el odio. Cuando están ausentes, no existe más que unidad y armonía. El esfuerzo práctico por acabar con todo vestigio de ofensividad rompe la causa que produce la enemistad hacia uno mismo y los demás, lo que conduce hacia el amor universal, y ser uno con todos los seres. El proceso empieza trabajando consigo mismo para desactivar las semillas de la ofensividad. El resultado natural es que se disfruta de paz, se irradia paz y los demás lo perciben y se contagian de esa paz, expresando sus estados de armonía más elevados.

No resulta fácil desarrollar la suficiente comprensión amorosa que permita ver en las personas sus defectos y sus virtudes, sus pequeñeces y sus grandezas, y amarlas y respetarlas como son, sin querer cambiarlas. Además todo ser humano tiene alguna cualidad de la que podemos aprender. El destino te coloca en este justo momento una sola vez en la vida, y si ese momento es una oportunidad para hacer el bien, hay que hacerlo, porque ese momento, esa situación, no va a volver.

Quién está libre de temores, piensa bien y vive con amor, puede hacer cualquier cosa y los efectos serán inofensivos. Conoce y conecta con la gente porque la ama y porque se esfuerza en no dañar a nadie. Puede decir la verdad, cualquiera que sea, porque ama lo suficiente.

A medida que se trata de ser más inofensivo, se abren los canales para que circulen energías cada vez más elevadas, y para que el amor y la alegría interior vibren por todo el ser diluyendo cualquier obstáculo. La inofensividad es la cualidad sobresaliente de todo hijo de Dios cuando ha conseguido perder el poder de herir. La inofensividad que no pronuncia ninguna palabra que perjudique a otra persona, ni habla de más, que no tiene ningún pensamiento que envenene o produzca un malentendido, y que no efectúa ninguna acción que pueda herir al más insignificante de sus hermanos, es la virtud principal que permite hollar sin peligro el difícil sendero evolutivo. La inofensividad dota de un perfecto equilibrio, un sensato punto de vista y la comprensión de la naturaleza divina de todo ser humano

Es importante reflexionar y comprender la trascendencia de la inofensividad, y su poder de regeneración, pero hay que practicarla o pierde todo su sentido y las palabras no fructificarán y se las llevará el viento. La personalidad tiene la importante y digna misión de despejar los obstáculos del camino hacia el alma y es esencial su enfoque permanente hacia la inofensividad. Esta valiente actitud se refleja muy bien en una bella y antigua plegaría de la personalidad que la eleva hacia el alma: “Que las palabras que salen de mi boca y la meditación que brota de mi corazón, sean siempre aceptables a tus ojos, oh Alma, mi Señor y Redentor”.