El estrés existencial

Introducción

El origen del término estrés parece provenir de la palabra distress, que en inglés antiguo tenía un significado equivalente a “pena” o “aflicción”, pero con el tiempo perdió su primera sílaba “dis”, para convertirse en “estrés”.
El psicólogo Walter Cannon acuñó el término en su acepción moderna para referirse a aquello que perturba el estado de equilibrio del organismo. Hans Seyle fue la primera persona en reconocer la existencia del estrés biológico con sus efectos nocivos. Seyle entendió el estrés como la respuesta de un organismo que intenta adaptarse a un agente externo que perturba su equilibrio. El trabajo de Seyle culminó en lo que llamó el “Síndrome de Adaptación General”, una término universal para las enfermedades y una teoría de cómo el estrés mental o físico es convertido en problemas psicosomáticos por las hormonas del eje hipotálamo-pituitaria-adrenal del sistema endocrino.

El término estrés se aplica generalmente a las presiones que las personas tienen en su vida diaria. Se manifiesta como una descarga en nuestro organismo producto de la acumulación de tensión física, emocional o mental . En este proceso participan casi todos los órganos y funciones del cuerpo, incluidos cerebro, nervios, corazón, digestión, función muscular y otras. El concepto moderno de stress, refleja la interacción entre 3 factores: el entorno (interno o externo); la manera como la persona percibe el entorno; y la percepción de los propios recursos de la persona para enfrentar las demandas del entorno. Este concepto se centra principalmente en la percepción del individuo, que tiene un alto contenido subjetivo.
En la actualidad el término estrés se utiliza para referirse a cualquier condición que perturba el equilibrio dinámico del organismo, tanto fisiológica como psicológicamente. El estrés tiene un marcado contenido psicológico; es una relación particular del individuo con su entorno, que es evaluada como amenazante o desbordante de sus recursos y que pone en peligro su bienestar.
En realidad el estrés es una respuesta adaptativa ante una exigencia del organismo, que activa un mecanismo de emergencia con un importante incremento de la actividad fisiológica y psicológica, que permite recoger más y mejor información, procesarla e interpretarla más rápida y eficientemente, y permitir así al organismo dar una respuesta a la demanda de forma inmediata y lo más adecuada posible.
Podemos iniciar un proceso de respuesta al estrés a raíz de un estado psicológico, de un recuerdo, de una emoción, pensando en algo que puede suceder dentro de un tiempo o que tal vez no ocurra. Tiene sentido para realizar algunas acciones urgentes, pero no si se desencadena pensando en negativo, a partir de un mecanismo psicológico de anticipación. Esto nos predispone a mantener el estado de estrés mas allá de la situación de emergencia y urgencia que es el mecanismo natural, lo que conduce al malestar, a acabar enfermando, a estar fuera de nosotros mismos y a ser infelices.

La respuesta al estrés de los animales es un sistema muy antiguo que tiene su sentido para salvar la vida en situaciones de peligro. Es una respuesta que pone en marcha todo un abanico de funciones corporales inconscientes: almacena toda la energía para activar los músculos apropiados; aumenta la tensión arterial, para que fluya la energía más deprisa; se disparan los niveles hormonales; el sistema nervioso se activa al máximo; y todo ello enfocado a conseguir la mejor respuesta posible a la situación que se trata de resolver. El estrés en los humanos se convierte a menudo en un estado psicológico de emergencia perpetua, sin descanso. Este estado favorece la agresividad y la tendencia a hacer infelices a los demás como una forma de descarga, que puede funcionar a corto plazo, pero se convierte enseguida en una diabólica espiral que sólo consigue agravar el hábito de estrés. Sabemos que las crisis mal enfocadas y asimiladas nos pueden enfermar. Es sobre todo por el exceso de estrés que se genera cuando algo se estanca y no se resuelve. Ese estrés tiene efectos demoleros en la salud, y es responsable de un amplio cuadro clínico, con tendencia a padecer enfermedades inmunológicas, cáncer, enfermedades cardiacas y otras muchas afecciones.

Psicobiología del estrés

El estrés se produce como resultado de una actitud pesimista y desesperanzada, en la que el cerebro interpreta que no tiene el control de la situación potencialmente estresante, y se acompaña de emociones y pensamientos negativos, de activación del sistema nervioso autónomo y del sistema neuroendocrino, con inhibición inmunológica y conductual. Cuando se experimenta estrés, por ejemplo ante un acontecimiento emocional intenso, en el organismo se produce una reacción de alarma. Los órganos son estimulados por tejidos nerviosos recibiendo un exceso de hormonas de estrés, que estimulan la función del órgano e incrementan su tasa metabólica. Cuando los órganos no tienen oportunidad de relajarse, podrían iniciarse las disfunciones. En este periodo hay una activación de eje hipotálamo- hipofisiario- adrenal con liberación de la hormona corticotrópica ACTH, estimulando las glándulas adrenales y liberando una enorme cantidad de hormonas sobre todo catecolaminas (adrenalina) y glucocorticoides como el cortisol, lo cual conduce a una activación del sistema nervioso simpático y a una supresión de la respuesta inmune.
La liberación de glucocorticoides (como el cortisol) y neurotransmisores vinculados al estrés (como la noradrenalina) biológicamente tiene la función de protegernos al implementar una respuesta de huida o lucha, la cual es muy útil, al generar químicos que nos permiten reaccionar con velocidad, cuando estamos en una situación de peligro. Este instinto es parte de una herencia biológica de adaptación durante milenios a la vida en duras condiciones naturales, que se ha mejorado extraordinariamente en unos pocos cientos de años, en los que los riesgos y peligros naturales se han sustituido por estresores con una fuerte carga emocional y psicológica, para la que aún no estamos bien adaptados. El problema se crea al liberar estos químicos colocando a nuestro cuerpo en un estado de extrema (aunque ágil) tensión, lo cual si se repite mucho o no se relaja, produce varios efectos colaterales, comenzando por la fatiga y el agotamiento.
Aún existiendo situaciones traumáticas que podrían tener algún punto en común con el milenario modo de enfrentar situaciones estresoras, actualmente nuestra mente debe interpretar situaciones nuevas y complejas del llamado mundo civilizado, de carácter subjetivo, con muchas y variadas formas de alteración de la atención y la conciencia, para lo que no está naturalmente protegida. Lo único que necesita la mente, en su interacción con las escenas de vida cotidiana, para desencadenar toda la secuela del estrés es información que la perturba, la inquieta o la excita. Esta información, que la mente reconstruye al percibir, es traducida en energía o en bloqueos de energía en el cuerpo, a través de las señales que emite el cerebro.
La forma en la que el estrés acaba por generar síntomas psicosomáticos sigue un proceso que se podría resumir de la siguiente forma: se presenta uno o varios estresores. Se produce una valoración a tres niveles: valoración de la situación, valoración de los recursos propios y valoración del apoyo ambiental. Con ello se llega a un punto concreto de estrés percibido, lo que produce respuestas emocionales y respuestas conductuales en función de variables personales y sociodemográficas. Y así se producen respuestas fisiológicas y síntomas psicosomáticos.
Hoy sabemos que numerosas enfermedades y padecimientos están directamente relacionados con el estrés: la úlcera, los problemas del corazón, depresión migrañas, gripes y problemas respiratorios, estreñimiento y otros problemas digestivos. Pero es posible que la mayoría de las enfermedades estén en alguna medida relacionadas con el estrés o factores psicosomáticos. El estrés debilita el sistema inmunológico al secretar químicos como el cortisol, con el propósito de redistribuir la energía del cuerpo a órganos que en una situación crítica requieren mayores recursos, como el cerebro y el corazón, y ello lleva a que se suprima el sistema inmunológico. Cuando esto se repite mucho el cuerpo se vuelve vulnerable a todo tipo de ataques inmunológicos. El estrés también inhibe la producción de citocinas, las proteínas encargadas de la comunicación intercelular y de regular los mecanismos de inflamación: es por eso que el estrés retarda la sanación de las heridas. En cierta forma podemos concluir que el estrés, que en la actualidad se genera principalmente debido a la forma en la que la mente evalúa la realidad que lo rodea, es el factor central en provocar un corte en la fluidez de la comunicación celular y los mecanismos de autosanación y autorregulación.

Puesto que la activación estresante resulta de la apreciación cerebral de las relaciones entre las características del sujeto y su entorno concreto, su psicobiología es muy dependiente de las diferencias individuales, que se expresan en el código genético, en las experiencias y vivencias tempranas de formación de la emotividad y del carácter, en las características psicológicas y en los hábitos de conducta. No hay un tipo de personalidad “normal” o correcta, ni nadie es igual a nadie. A pesar de que compartimos las bases de misma constitución física y energética, de un cuerpo emocional y de un cuerpo mental, y que todos pertenecemos a la gran familia humana, son tantas las combinaciones de múltiples aspectos diferentes que prácticamente somos únicos. No hay un funcionamiento estándar de las emociones, ni de las energías, mucho menos de las actitudes y las formas de pensar, ni tan siquiera los cuerpos físicos responden a las mismas necesidades y remedios. Si además tenemos que tener en cuenta las diferencias en puntos evolutivos, en karma, en experiencias del pasado, y en la forma de captar y gestionar las energías, la variedad de diferencias personales es prácticamente infinita.
Sin embargo, las condiciones estresantes de la vida moderna afectan a todo el mundo y se traducen en: sobrecarga o falta de trabajo, ritmos de exceso de rapidez en realizar las tareas, trabajos monótonos cargados de presiones, necesidad de tomar decisiones, fatiga por esfuerzo físico importante, viajes largos y numerosos, cambios frecuentes en el entorno laboral, y otras muchas situaciones innecesarias creadas por la despersonalización, la injusticia social y el exceso de materialismo. Hay una palabra, “Burnout” de difícil equivalencia en castellano, que indica un desgaste intenso, una "quemazón" emocional y física. La persistencia de la situación estresante, y la imposibilidad de recuperarse del organismo, lo llevan a una condición de severo agotamiento emocional con la frustrante sensación de imposibilidad de enfrentar la situación, que puede acabar por producir una apatía emocional y una insensibilidad hacia los sentimientos y necesidades de los demás, creando un estado de falta de valorización y la incapacidad de afrontar la vida cotidiana.
Todos estos síntomas y signos son muchas veces fácilmente confundibles con los que caracterizan a una depresión, a la que muy probablemente se llegará si el estresor persiste y el individuo se ve imposibilitado de recuperarse. De esta manera puede llegar a instalarse un círculo vicioso de estrés- depresión-más estrés. El individuo sometido al estrés desarrolla un burnout, que al no tratarse adecuadamente, lo lleva a una depresión. Estando deprimido, cuenta con menos recursos para enfrentar las situaciones por lo que su estrés y burnout se agravan, alimentando así la depresión. También se agregan frecuentemente al cuadro, el síndrome de fatiga crónica y síndrome de irritabilidad latente, haciéndolo más complicado y difícil de tratar, dado que las personas que brindan apoyo emocional al afectado comienzan a alejarse, debido a sus explosiones de irritabilidad.

Pero los efectos mas perjudiciales se producen en el cuerpo etérico, donde el estrés causa auténticos destrozos, que son los responsables del posterior estado de enfermedad. El desequilibrio de los centros y de la distribución de energía de los canales etéricos, los “nadis”, ocasiona el consiguiente desequilibrio del sistema nervioso y de la distribución de las hormonas en sangre. La dificultad y lentitud para restaurar el cuerpo etérico suele ser el motivo por el que los efectos del estrés se mantienen durante un buen tiempo, una vez que teóricamente se consigue dejar de estar estresado.

El estrés existencial

Al margen de la abundancia de modernos estresores que venimos comentando, que no afectan por igual, ni a toda la población humana, podemos observar que existe una presión generalizada, un cierto estrés existencial que todo el mundo percibe por el solo hecho de existir.
En primer lugar deberíamos establecer que es lo que podemos entender por “estrés existencial”, que en ningún caso debe confundirse con el estrés producido por un estresor permanente, como por ejemplo en el caso del dolor crónico producido por una enfermedad como la fibromialgia. Nunca existió un acuerdo general sobre la definición de existencialismo. El término a menudo es visto como una conveniencia histórica que fue inventada para describir a muchos filósofos, en retrospectiva, mucho después de haber muerto. Uno de sus postulados fundamentales es que en el ser humano "la existencia precede a la esencia", es decir, que no hay una naturaleza humana que determine a los individuos, sino que son sus actos los que determinan quiénes son, así como el significado de sus vidas. El existencialismo defiende que el individuo es libre y totalmente responsable de sus actos. Esto incita en el ser humano la creación de una ética de la responsabilidad individual, apartada de cualquier sistema de creencias externo a él.
En líneas generales el existencialismo busca una ética que supere a las moralinas y prejuicios. La ética que busca el existencialismo es una ética universal, válida para todos los seres humanos, que muchas veces no coincide con los postulados de las diversas morales particulares de cada una de las culturas preexistentes.
Por lo que aquí nos puede interesar podríamos entender el factor existencial del estrés, sin entrar en grandes planteamientos filosóficos, y en relación directa con la presión que supone estar vivo, encarnado en un cuerpo en evolución y sometido a las condiciones ambientales y energéticas de estos tiempos, sin saber quién eres, ni que haces aquí y ahora. Por otra parte todo ser humano está sometido a las corrientes de energía que están en manifestación a lo largo de su vida, que en estos tiempos han crecido en intensidad y en novedad.
Según la astrología esotérica estamos en pleno cambio de era por el paso de la influencia de la constelación de Piscis a la de Acuario. Cada Era Astrológica dura unos 2150 años debido a que la vuelta total del planeta por todo el zodiaco de las 12 constelaciones tarda unos 25.800 años. Cada constelación irradia sus energías con sus cualidades muy singulares. El cambio de la era de Piscis a la era de Acuario, en el que estamos plenamente inmersos, produce un choque de las energías entrantes con las salientes, ambas de características bien diferenciadas. Son tiempos de grandes cambios de corrientes de energía, con nuevas cualidades a las que adaptarse, Esto es una evidencia para toda persona con un mínimo de sensibilidad, pero en todo caso, aunque viviéramos en un remanso de paz y todo nuestro entorno permaneciera siempre estable, el crecimiento de la conciencia y el desarrollo personal crean una tensión interna que acaba por desbordar todo límite de estabilidad forzando la transformación interna y la adaptación evolutiva a través de puntos de tensión, crisis, y puntos de resolución.
Por otra parte si una buena parte de la población es infeliz, y es víctima de una agitación de insatisfacción casi permanente, no es de extrañar que se llegue a transmitir en el código genético un ansia excesiva para conseguir la paz y la felicidad, un “estrés hereditario” que además se empeña en perseguir esa felicidad fuera de nosotros mismos.
Un componente determinante en el estrés existencial es la resistencia al cambio.
Cada persona tiene que encontrar su posicionamiento ante el misterio de la propia existencia. De la misma manera que todo lo que funciona en el mundo material acaba rompiéndose, todo proceso continuo puede entrar en un periodo de discontinuidad. Lo normal no es que las cosas sigan siempre como están sino que cambien. Lo natural es el cambio, pero la personalidad se empeña en creer que somos permanentes y por eso busca una lógica interna que dé sentido a la vida, de tal manera que podamos entender su desarrollo y prever su curso. Cada persona elabora sus propias continuidades y sentidos; la vida social es una ampliación externa de esta tendencia, por eso en toda cultura humana se mantiene y valora la tradición y el código social, que se intenta que no cambie nunca. La moderna psicología sostiene que para el desarrollo personal la experiencia de continuidad es la vivencia estructurante básica, que precede a todas las demás y es necesaria para que podamos vivir otras cosas, entre ellas el cambio; por ello, si nuestro sentido de continuidad no está razonablemente consolidado, tenderemos a ignorar todo lo nuevo, especialmente lo que es inesperado y desestabilizador o, al menos, lo intentamos mientras podamos hacerlo. Según estos postulados la conciencia personal se va construyendo gracias al descubrimiento de que en medio de cambios, rupturas y separaciones, algo permanece siempre constante. Así la percepción de uno mismo como ser autónomo, con identidad y existencia propia será posible gracias a la construcción de un núcleo mental que percibimos que no ha cambiado desde que nacimos; por eso un individuo, se llama igual a lo largo de la vida y cree saber que es la misma persona hasta la muerte. Este proceso es la construcción de una línea de vida o de una historia personal y es lo que nos permite recordarnos y reconocernos a nosotros mismos a lo largo del tiempo. Tal vez la ciencia psicológica este en lo cierto, pero todo ello solo pertenece al mundo de la personalidad y a su tendencia casi enfermiza por mantener el control sin dejar paso a la energía del alma, que es el maestro interno que nos enseña a fluir con la vida y con el cambio en perfecta armonía.
En la filosofía budista, una de las que mejor entiende el papel del cambio en la existencia, se recogen en dos simples frases la esencia de este principio: “Nunca es siempre así”, y “La impermanencia es un principio de armonía; cuando no luchamos contra ella, estamos en armonía con la realidad”. Solo aceptando que la incertidumbre y el cambio forman parte natural de la vida podemos encontrar su sentido y significado y lograr la estabilidad y la armonía en el fluir. Nuestro cerebro está perfectamente preparado para adaptarse a los cambios y enfrentar todos los retos que se le presenten, pero como obedece a ordenes claras, debe saber que eso es lo que debe hacer, y no tratar de conservar actitudes y experiencias que ya no son útiles, que minan nuestra capacidad mental y debilitan la atención despierta y el crecimiento de la conciencia.
Cuando se logra una adecuada relajación ante cada proceso de cambio, se consigue llevar una velocidad y un ritmo en calma, adaptado al entorno externo y a la vibración interior, y lo que hasta entonces era desarmonía y estrés se convierte en paz y visión positiva, sin apego a las circunstancias, sin grandes sobresaltos, en la mejor disposición para tomar las decisiones más acertadas, interpretando el devenir de cada momento sin cargas, sin falsos juicios, con la mirada abierta y la libertad de disfrutar de todo lo que sucede en el fluir del día a día. En ese escenario surge, de forma natural y con cierta facilidad, la capacidad para encontrar el amor y la belleza que subyace en todo lo que ocurre en esta época, y el estrés deja de existir, ni tan siquiera como recurso antes situaciones extremas. El entorno es como un espejo que devuelve todo lo que se le proyecta. Si te expresas en positivo los demás te devuelven el mismo trato y ese círculo se retroalimenta generando la mejor de las protecciones ante las adversidades y la presión de la existencia.

Comprensión y manejo de los estresores:

Se consideran “estresores” a las situaciones desencadenantes del estrés, que se definen como cualquier estímulo externo o interno que de manera directa o indirecta desestabiliza el equilibrio del organismo. Un estresor no tiene necesariamente que ser negativo, pero siempre es un activador del sistema de estrés por la novedad, o emergencia que plantea. En la vida existe un gran número de factores potenciales desencadenantes del estrés. En cualquier caso, lo que estresa es lo que cada uno considera como "demasiado" o "excesivo", es decir, aquello que nos hace pensar que supera nuestras posibilidades de enfrentarnos con garantías de éxito a la situación creada.
A veces relacionamos el estrés con unas condiciones extremas que nos afectan de manera muy notable; sin embargo, nuestro organismo es capaz de detectar acontecimientos aparentemente insignificantes y de responder de manera patológica cuando estos se acumulan hasta alterar la regulación de los procesos de adaptación y defensa. Sorprendentemente, no solo las circunstancias adversas pueden ser fuentes de estrés, sino también algunas que pueden ser beneficiosas para el individuo. Un determinado acontecimiento se considera estresante cuando implica una modificación o cambio importante en las condiciones de la vida habitual.
Entre las muchas clasificaciones que se pueden hacer de estresores es particularmente interesante la que los relaciona con los cambios que producen. Se ha denominado como “unidad de cambio vital” a una unidad de carácter informativo y estadístico que se establece para valorar el cambio que produce un estresor en la vida habitual de una persona.
Se han estudiado las relaciones mas habituales que ocasionan estrés con los cambios que producen en unidades de cambio vital. La siguiente tabla, es un ejemplo de las constantes mas observadas, que no intenta ser una clasificación exhaustiva:

En esta tabla orientativa, se han establecido la relaciones más habituales observadas entre acontecimientos vitales estresantes y las unidades de cambio vital que ocasionan. Puede ser útil como idea general, pero no hay que olvidar que cada persona valora e interpreta los estresores en función de diversas circunstancias, estados de energía, momentos de la vida, estilos de afrontamiento y otros muchos aspectos que hacen que las personas seamos muy distintas unas a otras.
Esta tabla se puede ampliar con estresores de carácter más subjetivo, como tener carencia de cariño, necesidad de atención, falta de aceptación social por la apariencia física, ver y conocer críticas negativas de otras personas, sentir rechazo de los demás….ect. Un ejercicio de autoobservación muy interesante es establecer la tabla de los estresores personales que más afectan a la vida de cada uno. Desarrollar la capacidad de observar reacciones principalmente emocionales ante situaciones de presión, facilita crear el espacio adecuado y la tranquilidad que se necesita para encontrar la mejor forma de afrontar los desafíos.
También resulta muy conveniente crear una tabla paralela a los estresores con la forma y el estilo de afrontamiento que mejor resultado nos ha dado en ocasiones similares.

Recursos antiestrés de la moderna psicología

Para la psicobiología, el estrés supone un fracaso adaptativo puesto que expresa la incapacidad de los mecanismos psicológicos de defensa y de las estrategias de afrontamiento para reducir el exceso de activación desestabilizadora promovida por la interpretación cerebral de indefensión y de impotencia ante los estresores. Los mecanismos psicológicos de defensa persiguen la mitigación de la amenaza mediante “relecturas” más tranquilizadoras de la situación, y las estrategias de afrontamiento incluyen el recurso a conductas destinadas a reducir la activación emocional, y a modificar las condiciones amenazadoras del entorno.
Para combatir el estrés la ciencia psicologica ha elaborado una serie de orientaciones prácticas, que aunque dan buenos resultados con carácter general, influyen de forma diferente para cada persona en función de las muchas diferencias que caracterizan a cada cual. Hay que tener presente que se trata de consideraciones enfocadas hacia la personalidad, que se centran en la parte más objetiva y visible de los comportamientos de los cuerpos físico, emocional y mental, y que pierden de vista la investigación sobre aspectos más profundos del ser humano, como veremos más adelante. En cualquier caso es interesante tener presente todas estas estrategias y valorar todo lo que facilite y mejore una mejor gestión de las situaciones estresantes.
El primer paso para resolver el estrés es conocer cómo y qué lo produce, por lo que es conveniente hacer una relación de las cosas que nos resultan estresantes. Ante cada uno de los factores que nos producen estrés podemos preguntarnos: "¿puede ese factor ser cambiado o simplemente debe ser tolerado?". De este modo, aparecen dos técnicas en función de la respuesta, aunque lo ideal suele ser una combinación de ambas, según el caso. Estaríamos ante técnicas de resolución y técnicas de aceptación.

Las técnicas de resolución pueden ser muy variadas y poner en práctica todas las estrategias que una mente creativa pueda llegar a imaginar. Sin embargo un estado de estrés no es el mejor punto de partida para encontrar soluciones creativas, por lo que unas cuantas orientaciones de carácter general pueden resultar muy útiles:
- Después de identificar con la mayor conciencia posible las causas del estrés y que situación es la que provoca las reacciones de preocupación, ansiedad, nervios o miedo; empezar por marcarse objetivos asequibles, no muy ambiciosos, y ponerlos inmediatamente en práctica.
- Fijarse metas a corto plazo. Las metas ofrecen algo por lo que trabajar y una satisfacción cuando las alcanzas. Los plazos deben ser cortos y las metas posibles de cumplir, porque fijarse objetivos imposibles genera una mayor frustración al comprobar que no puedes lograr avances. Conviene llevar una agenda en la que apuntar los asuntos pendientes y como se van acometiendo. Dejar siempre espacio en la agenda para el descanso y las actividades que producen motivación.
- No pretender hacer las cosas perfectas. Buscar el equilibrio entre las propias capacidades y lo que cada cual considera que es hacer lo correcto, y hacerlo lo mejor posible. Nadie es perfecto, y tratar de serlo te expone a la frustración y al estrés. Se trata simplemente de aceptarse como uno es y sacar las mejores cualidades, sin complejos y sin miedo al fracaso.
- Comparte tus pensamientos y tus sentimientos. Busca alguien de confianza, y que tenga un cierto punto de positividad, y deja que esa persona vea tu situación desde su óptica. Todo problema se minimiza cuando se logra romper el estrecho círculo de percepción e interpretación personal. Los “grandes problemas personales” solo existen en las pequeñas personalidades.
- Si la causa del estrés está en relación con una o más personas, intenta resolver la relación con la mayor generosidad posible. Las cargas personales son un lastre que siempre pasan factura. El ser humano está diseñado para vivir en paz con sus semejantes y si no se consigue no es posible vivir en armonía. Por otra parte las buenas relaciones personales evocan las buenas vibraciones de los demás hacia nosotros, y son todo un escudo antiestrés, que tiende a mantener un equilibrado estado de positividad y confianza ante las adversidades.

Las técnicas de aceptación se dirigen a tolerar las situaciones que la vida te trae, y en las que no hay nada que resolver, solo es posible vivirlas con serenidad y desapego. Aceptar las situaciones que el destino te tiene preparadas debería ser algo simple y directo, una decisión firme, algo que el cerebro obedecerá sin objeciones; pero en un estado de estrés no suele estar presente la claridad mental que requieren las decisiones de este tipo, por lo que se puede recurrir a orientaciones prácticas de carácter general:
- En medio de la agitación párate por unos minutos, varias veces al día, procurando aquietar el cuerpo físico y las emociones, y sin poner atención en los pensamientos, sean los que sean.
- Práctica ejercicio físico regularmente, a ser posible en un espacio natural, algo tan simple como pasear o ir en bicicleta. La actividad física es una fuente de energía, siempre necesaria en situaciones de estrés, y libera por un tiempo de obsesiones y preocupaciones, además de ser un buen preventivo antiestrés.
- Asegúrate que respiras correctamente, es el paso previo a la relajación. Pon tu mano en la zona alta del vientre y observa si respiras con buena parte de la capacidad pulmonar o solo es una respiración superficial en la parte alta de los pulmones. Practica algunas respiraciones profundas: sentado con la espalda erguida, en actitud relajada, inspira profundamente por la nariz llenando la capacidad pulmonar y exhala el aire lentamente por la boca. Haz al menos cinco respiraciones profundas. Repite el proceso varias veces en distintos momentos del día.
- Practica técnicas de relajación. La relajación contra el estrés es seguramente la técnica más eficaz de todas, y prepara a los cuerpos para recibir y asimilar energías de carácter más sutil, con gran poder regenerador. La relajación disminuye la ansiedad y la tensión muscular, sobre todo en situaciones de presión. Es imposible estar relajado físicamente y tenso emocionalmente al mismo tiempo, ya que no pueden convivir en el mismo momento la sensación de bienestar corporal y la de estrés mental. La relajación progresiva de los músculos reduce la frecuencia del pulso y la presión de la sangre, así como el grado de sudoración y la frecuencia respiratoria. Además, evita los problemas orgánicos que el estrés produce. La distensión física logra un importante relax muscular que alivia la presión acumulada en nuestro cuerpo. La relajación mental elimina la tensión psíquica.
- Reserva tiempo para disfrutar de la vida. Participar en actividades que te gusten y te motiven es una buena manera de recuperar energía.
- Cuida tu alimentación. La dieta tiene que ser equilibrada, rica en verduras, fruta y fibra y baja en grasas y azúcares. Come despacio y de forma regular. Evita o limita el máximo el consumo de tabaco, café y alcohol que potencian el estrés. En los excitantes y en las drogas no se encuentran soluciones a nada, y si nuevos problemas.
- Practica el optimismo y la visión positiva. Rechaza los pensamientos negativos y sustitúyelos por pensamientos positivos. Se trata de un sencillo cambio de hábitos, que se puede lograr si se cree en él y se mantiene una nueva actitud durante un tiempo suficiente. La visión derrotista asociada al estrés no es la realidad, solo una desafortunada interpretación. Ser flexible y tener actitudes positivas ante la vida aumenta las defensas.
- Busca tu sentido del humor, no te tomes muy en serio y se capaz de reírte de situaciones estresantes. Ten siempre presente que no eres el centro de universo y que todo el mundo enfrenta situaciones tan difíciles o más que las que a ti se te presentan. Un buen sentido del humor resulta esencial para controlar el estrés y anima a otros a hacer lo mismo.
- Mantén buenas relaciones sociales. Comparte las preocupaciones de tu pequeño yo y deja que las buenas amistades te den sus diferentes visiones, su comprensión y su cariño. Sé un amigo fiel. Escucha a los otros y ofréceles tu apoyo cuando ellos lo necesiten.

Todas estas orientaciones relacionadas con técnicas de resolución y de aceptación del estrés están enfocadas en los cuerpos físicos, emocional y mental, es decir en la personalidad, y aunque pueden dar buenos resultados y ayudar a mantener una personalidad estable, ligera y equilibrada, solo son un soplo de aire fresco, ante la luz que afluye cuando se despeja el camino de contacto con el alma.

El estrés a la luz del alma

La espiritualidad es el mayor protector antiestrés al alcance del ser humano y un recurso ideal para gestionar y diluir todo tipo de presión.
La palabra espiritual significa la mejora activa de la vida para todos. Espiritual es todo aquello que lleva a un ser humano a un estado de vida más elevado, sea en el plano físico, emocional, mental, y espiritual o del alma. Todo lo que vaya dirigido hacia la mejora de la humanidad es fundamentalmente espiritual. El sendero religioso es sólo un sendero, y no todo lo que es religioso es automáticamente espiritual. La palabra “espiritual” no se refiere solo a las cuestiones religiosas. Toda actividad que conduce al ser humano hacia un progreso de su estado actual es espiritual.
Ser espiritual tiene más que ver con la capacidad de amar y servir al mundo y a los demás, que con las experiencias y estados místicos. Los estados de alteración de la conciencia pueden ser muy atractivos y placenteros pero no tienen una verdadera significación espiritual. Además están a un paso del espejismo. La paz interior profunda de un estado de contemplación no se expresa con experiencias, visiones, o percepciones similares. La espiritualidad es el sentimiento de conexión que tenemos los unos con los otros y con el todo. Somos parte del mundo. Espiritualidad es estar en contacto con nuestro Ser. Ello nos lleva a estar permanentemente orientados hacia el servicio. Se trata de acciones, de hechos, y no de creencias; de un compromiso de participación en el mundo natural; de formar parte de la vida. La espiritualidad no se relaciona con las iglesias ni con la religión organizada, que sólo son estructuras que supuestamente tratan de buscar lo espiritual, son escuelas destinadas a enseñar y es evidente que hoy día no han dado grandes frutos. Una conexión con lo espiritual puede tener lugar en cualquier parte, también en la iglesia, pero no por su organización o estructuración.
Es espiritual todo lo que tiende a la comprensión, a la bondad, aquello que produce belleza y puede conducir al ser humano a una expresión más plena de sus potencialidades y valores humanos.
Todo trabajo con móvil e intención correcta es espiritual. Todo lo de verdadero valor espiritual es persistente, imperecedero, inmortal y eterno.
La espiritualidad es un estado del ser y no un estado de realización. Es una forma de vivir con plena conciencia despierta.

El estrés, lo mismo que muchos otros problemas emocionales, tiene una gran correlación con nuestra salud espiritual. La respuesta de nuestro cuerpo a una situación o cambio requiere un ajuste tanto físico, emocional, mental, o incluso espiritual. Cuando esa respuesta es desmesurada, y se dispara incluso cuando la situación no es real, ni ajustada a las circunstancias del momento, entonces nos causa problemas. Estos problemas pueden repercutir en nuestro cuerpo o emociones, pero también en nuestra salud espiritual. Es entonces cuando nos sentimos perdidos, cuando la fe y la esperanza nos falla, cuando el estado de estrés en el que vivimos hace que nos apartemos de todo lo que tenga que ver con Dios, o con los conceptos que acostumbremos a definir y a intuir como la parte espiritual de nuestras vidas. Nuestro cuerpo, mente y alma están íntimamente relacionadas. El Ser se expresa a través del alma, que anima y da vida a sus vehículos de expresión objetiva, los cuerpos físico, emocional y mental. Cuando alguno de los cuerpos cae en desarmonía crea una barrera que impide el contacto con el alma. Entonces sobreviene la enfermedad, que en el fondo es la inhibición de la vida del alma.
Podemos generalizar y llamar espiritualidad al contacto con el alma. La relación entre espiritualidad y estrés es totalmente inversa. La espiritualidad aumenta la confianza, donde el estrés conduce a la inseguridad. La espiritualidad reduce la ansiedad y el estrés la aumenta. La espiritualidad conduce a la calma y la serenidad, el estrés conduce al abatimiento y a la depression.

La espiritualidad ofrece muchos beneficios para aliviar el estrés y mantener una mejor salud mental. Puede ayudarte a tener un sentido de propósito, y a descubrir lo que tiene un mayor significado en tu vida. Al aclarar qué es lo más importante, te puedes enfocar menos en lo menos importante y eliminar el estrés. Te ayudará también a estar en conexión con el mundo, y vencer el espejismo de la soledad que tanto aparta de la paz interior. Al sentirte parte de un todo, te das cuenta de que no eres responsable de todo lo que pasa en la vida y puedes compartir las cargas y preocupaciones tanto propias como ajenas, y crear relaciones basadas en el amor y la colaboración. La espiritualidad conduce a una vida más saludable: las personas que se consideran a sí mismas espirituales parecen capaces de manejar el estrés mejor y recuperarse de las enfermedades y las adicciones más rápidamente. La creencia en Dios, al igual que la creencia en uno mismo, otorga confianza, que es la mejor forma de motivarse para hacer buenas obras y ser un buen ser humano.

La espiritualidad conduce al “compartir”, que es una cualidad del alma, y un antídoto natural contra el estrés. En estos tiempos de crisis generalizadas por todo el planeta, la principal fuente de estrés radica en la desigualdad y el reparto injusto de los recursos, que deberían ser suficientes para todos. Resulta paradójico comprobar que por encima de la pobreza objetiva, el estatus socioeconómico subjetivo sea una fuente de estrés aún más fuerte. No se trata tanto de ser pobre como de sentirse pobre. La pobreza en medio de la riqueza es una fuente de estrés psicológico por comparación, que abunda sobre todo en los llamados países “ricos”, en los que por cierto cada día hay más gente pobre. A estas alturas ya debemos saber que el verdadero pobre es el que siempre quiere más de lo que tiene. Si tenemos lo básico para vivir deberíamos considerarnos “medio ricos”. Si además respiramos y circula bien la energía por nuestros cuerpos, ya somos “ricos del todo”.

El estrés está muy relacionado con las expectativas de futuro, que tanto martirizan a buena parte de la humanidad. Hay una frase del Maestro Tibetano, Djwal Khul, en relación con la forma de encarar el futuro, que puesta en práctica asegura el recargo de energía y la liberación de la presión. Dice “Visión feliz, sana y esperanzada, acerca del futuro, no importa lo que el futuro depare”. Es una frase con un poder extraordinario que te puede cambiar la vida si la tienes bien presente. Visión feliz, porque nos puede estar esperando algo maravilloso, o podemos llegar a ver la belleza y el amor que subyace en todo, y en todo caso se puede vivir con alegría interior en cualquier circunstancia. Visión sana, sin miedos, sin falsos presentimientos, sin obsesiones, sin pensamientos negativos sobre lo que no existe, sin anticiparse, sin preocupaciones, con una mente y un corazón limpio. Visión esperanzada, con la certeza que enfrentaremos el destino desde nuestras capacidades espirituales más elevadas, con confianza en la humanidad y en nuestra propia alma; además a la esperanza siempre la acompaña el amor, el respeto, el altruismo y una serie de virtudes silenciosas que te llenan de energía y buenas vibraciones. No importa lo que el futuro depare, porque lo que ocurra tendrá su sentido aunque no lo veamos, y las lecciones que se nos presenten las sabremos aprovechar, y pase lo que pase encontraremos la forma de evolucionar.

Aspirar a vivir en contacto con el alma es ya de por sí una actitud antiestrés. Hay una serie de acciones que desde la personalidad se pueden practicar para liberarse del estrés y dejar paso a la luz del alma. Un buen sistema protector del estrés se podría condensar en un sincero y decidido intento de hacer lo siguiente de forma permanente y reiterada: sacudirse el miedo; aceptar la realidad en la que vivimos, sea la que sea; dejar de anticiparse: vivir el presente; amar de forma impersonal y desapegada, libre del exceso de emoción; y mantener una visión positiva, con la mirada hacia delante, con la certeza de que hoy es un buen día para vivir.
En el estado de tranquilidad al que conducen estas prácticas es muy fácil enfocar, reordenar y dirigir la energía para resolver cualquier situación estresante que se presente, y conseguir fluir con la vibración de los cuerpos.
La fórmula mágica se puede reducir a tan solo una simple frase: “vivir el presente con amor”. Vivir el presente concede valor y el amor libera la tensión y el miedo.

Todas las situaciones que nos causan problemas y dolor, tienen un proceso que se mantiene en buena medida por sus componentes inconscientes. La luz de la conciencia revela la oscuridad de esos procesos y los deja al descubierto para que se evaporen de forma natural, a través de su comprensión.
La capacidad de afrontamiento del estrés tiene una relación directa con la energía disponible. Los estresores son acumulativos y las reservas de energía limitadas. A veces la vida nos pone a prueba y nos exige lo imposible. Aunque parezca fácil de decir, y difícil de creer: no hay nada imposible, y la capacidad de generar energía del organismo sólo tiene su límite en la muerte.
El poder curativo de una actitud positiva es inmenso. Hay cosas que cambian dentro de uno cuando uno tiene actitud positiva. La atención plena y estar completamente presente y viendo las cosas como realmente son y no como queremos o tememos que sean, ayuda a mejorar la percepción, la autoestima, la capacidad de afrontamiento, y por consecuencia sus resultados se reflejan en una mejora de la salud de nuestros cuerpos físico emocional y mental. Imaginar situaciones que generan bienestar contrarresta con efectividad la presencia del estrés que en buena parte es debido a imaginar las situaciones contrarias. Porque en medio de cualquier situación problemática la imaginación no deja de funcionar, con esa facilidad que tenemos los humanos para crear los pensamientos mas negativos que se nos ocurren, y para bien o para mal, una ley de la mente siempre está activa: “la energía sigue al pensamiento”.

Muchas de las herramientas que funcionan para combatir el estrés a nivel físico y emocional, (respiración, relajación, apoyo social…), pueden adquirir un mayor potencial cuando tienen en cuenta su dimensión espiritual.
Una técnica sencilla que se puede usar cuando caemos en momentos de estrés en la vida es un ejercicio de respiración con un enfoque diferente. Muchos ejercicios de respiración nos piden que nos fijemos en nuestro cuerpo, en nuestra respiración, simplemente para relajarnos y reducir nuestro estrés. La diferencia es que puede ser también un momento de conexión con nuestra parte más espiritual enfocados al contacto con el alma. La técnica, que puede tener muchas variantes, podríamos practicarla de la siguiente forma: sentados de forma cómoda con la espalda erguida, respiramos lentamente, sin forzar, inhalando por la nariz y exhalando por la boca siguiendo este ritmo:
1.- Echa todo el aire por la boca.
2.- Con la boca cerrada, inspira profundamente por la nariz durante unos 4 segundos mientras mentalmente pronuncias: “ Que el amor del alma una…
3.- Mantén la respiración durante unos 7 segundos mientras finalizas la frase: …irradie sobre mí y penetre en cada parte de mi cuerpo”.
4.- Echa todo el aire por la boca lentamente durante unos 8 segundos.
No es necesario visualizar nada, ni tratar de dirigir la energía a ningún sitio. Es un poco ingenuo que desde la personalidad se dirija la energía del alma, y en ese intento solo habrá un nuevo obstáculo para la luz del alma. Este ejercicio de respiración se puede repetir varias veces al día en sesiones cortas de unas cuantas respiraciones. Se pueden usar otro tipo de afirmaciones, que adquieren una fuerza especial, y son una orden clara al cerebro para que actúe en consecuencia, en este caso dejando de obstaculizar el camino del alma.

Otra práctica muy recomendable es la meditación, que es una técnica que ayuda con mucha eficacia a gestionar eficazmente el estrés. Meditar es en realidad contactar con el alma, y cualquier técnica que nos lleve a contactar con el alma, nos llevará a meditar. Hay infinidad de técnicas de meditación, una muy simple podría ser de la siguiente forma: sentados de forma cómoda con la espalda erguida, respiramos lentamente, y relajamos todo el cuerpo, aquietando emociones y dejando de prestar atención a los pensamientos que nos lleguen, sin esfuerzo, y procedemos con el siguiente orden:
1º.- Llevamos la atención al centro energético ajna, en el entrecejo, que es el punto de referencia por excelencia para lograr el alineamiento del alma con la personalidad. Intentamos establecer una concentración relajada en ese punto, sin dejarnos llevar por pensamientos o emociones, y cada vez que perdemos la atención volvemos a concentrarnos en ese punto.
2º.- Pronunciamos internamente varias veces el mantra OM, sin perder la atención en el entrecejo. OM se pronuncia largando cada una de las letras: OOOOOOOOMMMMMMMMM.
3º.- Pronunciamos internamente la siguiente frase: “que la realidad rija todos mis pensamientos y la verdad predomine en mi vida”.
4º.- Continuamos manteniendo la concentración en el entrecejo, sin hacer nada, y cada vez que perdamos la atención podemos pronunciar el OM internamente y recuperar la concentración.
Una meditación regular durante 30 o 40 minutos, preferiblemente a primera hora del día te otorga serenidad y energía, y es una técnica excelente para la gestión y el manejo del estrés.

Hasta cierto punto es bueno entender el proceso de estrés, y tratar de afrontarlo, siempre que no se le preste una atención excesiva. En el fondo el estrés es un estado de inquietud interna, de falta de confianza y esperanza, y son esas carencias lo que hay que resolver: el estrés es el efecto de actitudes incorrectas ante las adversidades, y de falta de visión interior. Hay que aprender a utilizar el estrés existencial como una plataforma de lanzamiento al cambio evolutivo. En vez de resistirse y desgastarse se trata de fluir y liberarse, y dejar que la alegría interior que nacerá de ese acto de valentía disuelva el estrés como por arte de magia.
Confiar en el alma es confiar en el ángel guardián que todos llevamos dentro. Vivir con la tranquilidad de saber que el alma está detrás de todo otorga el valor suficiente para enfrentar los tiempos adversos con sentido común y serenidad y esperar pacientemente que amaine la tormenta y brille de nuevo la luz del sol. Esa es la mejor forma de acercarse a la realidad sin espejismos ni autoengaños, aceptando el papel que hay que desempeñar en cada momento con lo que el destino te tiene preparado, y poner lo mejor de sí mismo para acertar y hacer lo correcto, que no es más que actuar hacia nuestras posibilidades espirituales más elevadas, con la mejor actitud evolutiva personal y grupal, en armonía con el medio natural, agradecidos de estar vivos en este preciso instante, el mejor y único de todos los tiempos.