Vivimos unos tiempos en los que los nacionalismos resurgen con fuerza en muchas partes del planeta, tanto el exceso de patriotismo de una nación fuerte y estable con larga o corta historia, como la tendencia a que una nación se divida en otras más pequeñas, sea o no en base a un pasado nacional propio.
Todas las pequeñas regiones del planeta tienen un antiguo componente de país incipiente. La humanidad ha pasado de organizarse en pequeños grupos, luego en tribus, más adelante en pequeños reinos, para acabar creando, a lo largo de los años y de los siglos, países más extensos y con marcadas características sociales y culturales.
Cuesta encontrar razonable que en los modernos tiempos que corren, territorios que en el pasado han formado un pequeño país traten de recuperarlo cientos de años después, y que ello sea un modelo extrapolable a la realidad actual. Distancias que hace un par de siglos se recorrían en una semana, ahora se cruzan en un par de horas, en un mundo en que la globalización y la comunicación exprés están a la orden del día.
Hay un orgullo casi universal en ensalzar la nación propia acrecentando sus virtudes y quitando importancia a sus defectos. Conviene tener bien presente los hechos suficientemente probados que indican que en nombre de la nación se han cometido y se siguen cometiendo todo tipo de abusos y atrocidades, aunque todo el mundo parece admitir con la boca pequeña que todos debemos tener los mismos derechos y oportunidades, sin importar nuestro lugar de nacimiento. La mayor parte de los conflictos y de las innumerables guerras que han asolado el planeta se han basado en un espíritu nacionalista en contraposición a otro.
El concepto de nación merece ser reflexionado con desapasionamiento y con capacidad de discernimiento para desvelar los espejismos que la envuelven.
La primera reflexión es sencilla y básica y sin entenderla no habrá manera de despejar el camino: “hemos nacido en determinada raza o nación, sólo por esta vida, y únicamente desde el ángulo de la personalidad”. Por ello nuestra estimada nacionalidad tiene un marcado carácter provisional, sobre todo si hemos cumplido ya cincuenta o sesenta años, y tal vez no sea muy probable que en nuestra próxima reencarnación repitamos el mismo lugar de nacimiento. Tomar conciencia de ello facilitará la adquisición un correcto sentido de proporción del aspecto nacional de nuestro paso temporal por la tierra.
La tendencia hacia la unidad y la síntesis en el proceso de creación de la mayor parte de las naciones actuales ha llevado una progresión rítmica y regular con muchas similitudes en distintos territorios. Debería darse cierta presunción de realidad a las naciones que se han creado a lo largo de una amplio periodo de tiempo, con un continua confluencia hacia uno o varios centros de referencia y dibujando unos límites territoriales definidos. Las personas de tiempos pasados podrían ser menos cultas, con menos recursos mentales analíticos, pero estaría por ver si no respondían mejor a la intuición y a los mensajes del corazón. Los libros de historia nos han transmitido un primitivismo excesivo a todos los niveles de nuestros antepasados, sobre todo en la edad media, pero nuestra mayor formación e inteligencia no garantiza que hagamos mejor las cosas, como prueba la huella de destrucción de la tierra que estamos dejando a nuestro paso. Muchas mejoras se están consiguiendo en la vida de los seres humanos, pero resolver los problemas relacionados con las naciones sigue siendo una asignatura pendiente, no hay más que ver los millones de personas desplazadas y refugiadas viviendo y muriendo en la miseria.
Uno de los mayores venenos que intoxica todo lo relacionado con el concepto de nación, es el “sentido de diferencia”, que alimenta los sesgos que conducen a una interpretación desproporcionada a favor o en contra de un grupo de personas utilizando la comparación de forma injusta. El sentido de diferencia se esconde en muchas de las opiniones sobre otros grupos sociales o nacionales basándose supuestamente en hechos objetivos. Por la simple pertenencia a un país a o un grupo social muchas personas sienten marcadas diferencias en mayores capacidades mentales, de trabajo, de pensamiento, de nivel cultural, incluso de solidaridad. El hábito de estas prácticas sesgadas las acaba por convertir en subliminales, lo que las hace difíciles de observar y analizar para quien acaba cayendo en sus redes. Además el sesgo de confirmación contribuye a hacer más impermeables las actitudes diferenciales. Si por ejemplo tenemos la firme convicción de que en un determinado país o una zona de una nación las personas son vagas, cuando viajas a esa zona o ves algún reportaje, descubres vagos por todas partes.
En el sentido de diferencia radica el mal, que conduce inevitablemente a la acción separatista. El mal es un concepto ambiguo, que admite muchas interpretaciones, pero es fácil de detectar para una mente intuitiva y un corazón amoroso. El mal se ampara en una ilusión, es la forma en que la separatividad y el egoísmo de la personalidad se relacionan con las oportunidades y el destino que nos ofrece la vida.
Hay una marcada tendencia a cristalizarse en la separatividad, que es actualmente la línea de menor resistencia para los pueblos y las naciones. Se precisa un gran esfuerzo para educar a la opinión pública sobre el principio de no separatividad. Debería cuidarse desde la escuela infantil y en todas las actividades educativas, en evitar encumbrar el espíritu nacional, y ponerlo en armonía con la fraternidad universal.
Se da por hecho de forma general que el proceso de creación de naciones ha sido debido a causas relacionadas con la voluntad de las personas: al empleo de la fuerza a través de las guerras, a las conquistas por adquirir más territorios y posesiones, a las uniones interesadas de reinos a través de matrimonios entre reyes o sus descendientes, a la lucha por implantar alguna religión o ideología…, en definitiva a la voluntad de un determinado grupo de personas sobre otros. También se da por razonable que los cambios en las naciones actuales se deban solamente a la voluntad de los pueblos, sea por vía pacífica y acordada, tal vez democrática, o vengan impuestos como en los viejos tiempos.
Las naciones tienen un aspecto de personalidad y otro de alma. Desde la perspectiva de la personalidad, en el aspecto forma de cada nación, tiene cabida todo lo que nos explica la historia, generalmente muy tergiversada, y también se puede entender el complejo mundo de poderes en que nos desenvolvemos. Desde la visión del alma nacional la creación de una nación no tiene una explicación lineal y puramente objetiva; las fronteras no son los factores determinantes, ni tampoco la historia, tal como ahora se considera. Así, ciertas entidades surgen claramente para formar las naciones del mundo; siempre sobre la base de la humanidad, como un todo; en el plano del alma todos somos uno. La humanidad se ve con un gran cuerpo, con sus zonas de expresión definidamente reconocidas y los organismos, que a su vez controlan y condicionan esas zonas, donde algunas vibran al unísono y atraen hacia sí almas de determinada cualidad y nota clave; existiendo una interacción magnética entre los países (territorios) y las naciones que los ocupan. Esta no es una cuestión arbitraria, sino que se debe a la interacción magnética.
Muchos puntos de la superficie de la tierra, por ejemplo, los famosos por sus propiedades curativas, están magnetizados, y sus propiedades magnéticas se manifiestan terapéuticamente. El reconocimiento de dichas propiedades esta al acceso de quien posee la visión etérica, algo por ahora poco habitual, que con el tiempo dejará de ser una rareza. Toda nación tiene su “punto magnético” formado con materia etérica por la aplicación de determinadas energías a los éteres. Es un punto magnético central cuyo atrayente poder agrupa en coherente conjunto a toda una nación. Es su corazón nacional, y la base del carácter nacional. Generalmente, aunque no siempre, la capital de una nación o la ciudad principal de un país se construye alrededor de dicho punto.
Los principios esotéricos solo pueden ser experimentados por seres humanos con un alto grado de evolución. Pero pueden ser comprendidos desde un cierto desarrollo de la intuición. Para las personas con capacidades más limitadas, pueden plantearse como hipótesis a verificar, lo que a su vez desarrolla la mente abstracta y la intuición. En vez de creer por creer, se trata de mantener la mente abierta hacia sus posibilidades espirituales más elevadas y observar con impersonalidad.
Desde los principios de la sabiduría eterna, se afirma que las naciones, como los seres humanos, están energetizadas y condicionadas por la expresión de algunos de los siete grandes rayos que moldean el universo, tanto a nivel de personalidad como de alma. Uno de los rayos energetiza al alma nacional y otro a su personalidad como país. En el plano del alma los rayos se expresan con sus cualidades naturales, sin tacha de imperfección; en el plano de la personalidad los rayos pueden sacar a relucir sus virtudes, sus aspectos superiores, o reflejar sus vicios, sus aspectos inferiores. Por otra parte las naciones se manifiestan alguna vez con sus aspectos de alma, y mucho más a menudo con sus aspectos de personalidad. También la experiencia evolutiva de cada nación es diferente, existiendo naciones más jóvenes y otras más antiguas, supuestamente con mayor experiencia como nación. Ello no implica que los ciudadanos de una nación estén más evolucionados que los de otra; la media evolutiva de los habitantes de cada nación es muy similar, aunque sus comportamientos puedan hacer creer lo contrario.
A modo de ejemplo y reflexión podemos analizar en líneas muy generales la historia reciente de dos países: España y la antigua Yugoslavia, y como la influencia de los rayos ha determinado su destino. Los rayos de ambas naciones son los mismos: Alma 6º rayo, de idealismo o devolución, y Personalidad 7º rayo, de orden o magia ceremonial. Observando los vicios y virtudes de estos rayos podemos ver en parte reflejados los caracteres nacionales.
El sexto rayo tiene como virtudes especiales; la devoción, concentración mental, amor, ternura, intuición, lealtad, reverencia; y como vicios: el amor egoísta y celoso, la dependencia excesiva de los demás, parcialidad, autoengaño, sectarismo, superstición, prejuicios, conclusiones demasiado rápidas, arranques de ira. Las virtudes a adquirirse son : fortaleza, auto-sacrificio, pureza, veracidad, tolerancia, serenidad, equilibrio, sentido común. Los espejismos más característicos de este rayo son: el espejismo de la devoción, el espejismo del idealismo, el espejismo de la respuesta emocional, el espejismo del fanatismo, entre otros.
El séptimo rayo tiene como virtudes especiales: la fortaleza, perseverancia, valor, cortesía, excesivamente detallista, confianza en sí mismo; y como vicios: formulismo, intolerancia, orgullo, estrechez mental, criterio superficial, excesivo engreimiento. Las virtudes a adquirirse son: comprensión de la unidad, amplitud mental, tolerancia, humildad, benevolencia, amor. Los espejismos más característicos de este rayo son: el espejismo del trabajo mágico, el espejismo de los poderes subterrenales, el espejismo del cuerpo físico, el espejismo de lo misterioso y secreto, entre otros.
Por otra parte, estamos en un cambio de era entre Piscis y Acuario. Entre 2000 y 2500 años es el tiempo que tarda el sol en recorrer todas las constelaciones estelares del zodiaco. Actualmente estamos en transición de la era de Piscis, regida por el sexto rayo, a la era de Acuario, regida por el séptimo rayo; lo que explica buena parte de las dificultades y los cambios que enfrenta la humanidad. Cada constelación tiene una serie de cualidades, que unidas a las de su rayo regente moldean las civilizaciones y las culturas de ese largo periodo de años. Las energías de Acuario son energías de síntesis, que favorecen la unidad y todo aquello que realizan los grupos, en contraposición al individualismo e idealismo que caracterizaba a las energías de Piscis. La influencia del sexto rayo de Piscis va decayendo, mientras que el séptimo rayo de Acuario acrecienta su poder. El conflicto entre las energías entrantes que fuerzan a un cambio y las energías y estructuras establecidas durante tantos siglos que se aferran a lo viejo y conocido es inevitable. Este conflicto que es global a escala planetaria se manifiesta con más intensidad en países cualificados por el sexto y séptimo rayo, como es el caso de España y la antigua Yugoslavia, ambos con alma de sexto rayo y personalidad de séptimo rayo, y el resultado de este conflicto ha llevado a cruentas guerras civiles en ambos casos, donde los vicios de rayo y espejismos han campado a sus anchas. Ideologías y religiones han marcado estos conflictos reflejando también las diferencias de Piscis y Acuario. En el caso de Yugoslavia el país se ha desmembrado en pequeños países, lo que apunta a un retroceso evolutivo que tenderá que corregirse con el paso del tiempo, por el propio poder integrador de los rayos; unas décadas o unos cientos de años parecen mucho desde el punto de vista de las personalidades, pero es un suspiro desde la visión de eternidad del alma.
Rusia tiene también el sexto y séptimo rayo, pero el sexto en la personalidad y el séptimo en el alma. También ha sufrido grandes conflictos civiles y choques de ideologías, con otro tipo de características. El paso de Piscis a Acuario es más complicado para los países donde estos rayos entran en conflicto.
España y Portugal tienen los mismos rayos en alma y personalidad, y además son limítrofes en territorios geográficamente uniformes. En determinados periodos de la historia han sido la misma nación, y su separación obedece más a las decisiones de unas pocas personalidades que a las voluntades de sus pueblos. Según sus rayos están abocados a compenetrarse entre sí, y tenderán a unirse, aunque sigan manteniendo sus diversidades. En la práctica totalidad de las naciones del planeta conviven pueblos con marcadas diversidades, en lenguas, identidades culturales y sociales, hábitos, e incluso religiones. El concepto de nación como imposición de centralismo es otro exceso de nacionalismo y un espejismo mas.
El destino y la actuación futura de las naciones estarán muy influenciados por los rayos, pero está en manos de los pueblos y nadie sabe exactamente lo que harán cuando se hayan despertado y educado. Cada país, sin excepción, tiene vicios y virtudes peculiares que dependen de su etapa de evolución, de la medida en que controla el rayo de la personalidad, del emergente control ejercido por el rayo del alma y del enfoque general de la nación. La mayoría de los habitantes de cada país son demasiado nacionalistas en su manera de pensar y están muy profundamente absorbidos principalmente por la importancia primordial de su propia nación y su suprema significación, como para poder predecir hacia donde se encamina cada nación. La evolución camina a favor del alma de cada nación, pero es imposible determinar las muchas dificultades que se encuentren en el camino y los errores que se cometan. El aspecto alma impulsa la actitud correcta de cada nación y contra todas las actitudes separatistas, aislacionistas y materialistas. Tales actitudes impiden la captación de los verdaderos valores espirituales y obstaculizan el desarrollo humano. La identificación con todas las condiciones mundiales y la participación en ellas, de forma voluntaria, y no por la fuerza, es el camino de salida para todos los pueblos.
Al margen de los rayos que condicionan cada nación todas las naciones en general tienen una serie de sesgos y espejismos comunes que se reflejan en el comportamiento cotidiano de sus ciudadanos. Es difícil para un nativo de un país altamente desarrollado liberarse de sus condiciones y prejuicios nacionales. Todas las herencias nacionales dejan sus improntas sobre sus pueblos y se expresan en las actitudes de sus personalidades, ensalzando el orgullo de raza y de nación, que son en realidad defectos raciales que obstaculizan la expresión del alma. La forma mental nacional de cualquier nación es imprescindiblemente una entidad poderosa. Pero nadie debe ser prisionero de su nación, porque nos debemos a la humanidad a la que debemos nuestra lealtad y no a nación alguna. Apoyar y defender el propio país solo puede ser lícito cuando no se daña o perjudica a otra nación.
Una característica común a los espejismos del nacionalismo es su astralidad, el elevado componente emocional y a veces pasional que embarga a quien se considera miembro de una determinada nación por encima de todo, alimentando el orgullo por unas excepcionales cualidades nacionales. El sentido de excepcionalidad es la sutil semilla de la gran herejía de la separatividad.
Uno de los espejismos en el que muchas personas caen con facilidad es el espejismo de “la huida hacia la seguridad de la conciencia racial”, del que pocas veces se es consciente. Todo individuo, sin excepción, está sujeto a este espejismo racial, y su poder es increíble. La vida subjetiva de cualquier nación, produce una sicología racial, inclinaciones, rasgos y características nacionales que residen detrás de todo individuo y, en cualquier momento, puede apoyarse y retirarse en ella, refugiándose en el pasado y acentuando determinadas actitudes raciales. Es esencial superar las tendencias y las actitudes heredadas
Otro de los espejismos que actualmente está creciendo en muchos países es el espejismo de la independencia por el que un determinado territorio, no muy extenso, de un país asentado desde hace tiempo, generalmente una de las zonas más ricas y favorecidas, se afana por lograr la independencia y crear una nueva nación, amparando sus demandas en la historia y en un arraigo carácter nacional propio. Es un virus de una toxicidad extraordinaria y muy contagioso, al que delata su elevado entusiasmo y una enfermiza relación con la nueva bandera. Ya es difícil de entender que en un país haya ciudadanos que se nieguen a compartir su riqueza con los países vecinos más pobres, pero aun es más difícil de entender que se nieguen a compartir con las zonas más pobres de su propio país. Incluso es un proceso que se produce entre zonas de la misma ciudad e incluso en poblaciones no muy grandes. El insaciable egoísmo del que más tiene y más quiere debería ser tratado como una enfermedad, y desvelar su camuflaje entre nuevos espíritus nacionales.
El simple hecho del lugar de nacimiento tiende a generar en muchas personas unas consecuencias que se antojan excesivas. Vistas con cierto distanciamiento y con sentido de la proporción se ven claramente irracionales.
Una equilibrada comprensión de la vida debería eliminar toda estrechez de miras para estar en condiciones de reflexionar en profundidad sobre la convicción de que todos los seres humanos son hermanos, algo fácil de decir y sostener teóricamente, pero muy difícil de expresar y hacer que forme parte de nuestra propia vida.
La complejidad que se deriva de los nacionalismos se ve a veces agravada por las ideologías que complican aún más este campo minado de espejismos. Las personas tienden a condenar las ideologías con las que no están familiarizadas y que valoran como inadecuadas y de poca utilidad para la nación a la que pertenecen. Rechazan las ideas que no están detrás de su vida nacional y personal o de su tradición, y critican las formas de gobierno que no se ajustan a los principios de su sociedad, o del modelo de sociedad que desearía implantar. Nadie es inmune a la atracción por ensalzar su propio idealismo, pero se invierte mucha más energía en las formas de materializar las ideas que en las ideas mismas, que incluso a menudo no se llegan a comprender. El mayor peso del idealismo es emocional, y el valor de las ideas se pierde habitualmente en su imposición y en métodos estrictos de aplicación. Se debería poner fin al intento de imponer una ideología personal o nacionalmente aceptada (política o religiosa) a otras naciones y personas. Así la persona que acepta y se dedica a una ideología en particular dejará de combatir las demás ideologías porque entenderá que el accidente del lugar de nacimiento y su trasfondo, es en su mayor parte responsable de sus creencias. Así se despejará el camino hacia la paz y la compresión entre pueblos.
Los ideales tal como están ahora formulados en la actualidad están abocados a desaparecer a medida que se vaya penetrando en la Era de Acuario, en la que todas las cosas se harán nuevas. Los ideales podrán desaparecer sin peligro siempre que sean reemplazados por el verdadero, incluyente, sensato y práctico amor del alma por la humanidad. Los ideales son formulaciones de la mente humana. En el plano del alma no hay ideales, tan solo un canal para el amor puro, y donde existe amor no hay peligro de dureza, crueldad, incomprensiones, falsedades, daño. Los ideales, tal como se los considera generalmente, nutren el orgullo, conducen a la obstinación y engendran una superioridad separatista; producen actitudes poco prácticas y actividades negativas; excluyen las demás visiones y creencias; se caracterizan por pensar en términos de pasado y con interpretaciones limitadas y sesgadas de la realidad. A veces se está tan ocupado en defender los ideales personales que se impide la compresión no solo de los ideales opuestos sino de los propios, y se acaba profundamente condicionado dentro de los límites de sus propias creencias. A medida que transcurre el tiempo, tiene lugar la cristalización. Se establece una “barrera de cristal” entre la personalidad y el alma. Las emociones se arraigan en “surcos de cristal”; la mente se hace dura y quebradiza, y la posibilidad de romper este círculo cerrado se hace cada vez más difícil. Solo la comprensión amorosa y la consiguiente visión de la humanidad como un todo pueden devolver la libertad. Se precisa ir más allá de la actividad mental y su idealismo consagrado, y llegar hasta el alma, cuya naturaleza es amor y cuya identificación es con la humanidad, no con una escuela de pensamiento o un conjunto de ideales.
La vida es unidad. Según la física cuántica, formamos parte de un campo de energía imperceptible que une todo con todo y las personas estamos interrelacionadas entre sí y con el planeta. Los seres humanos no estamos separados del resto del mundo, por mucho que la mente concreta se empeñe en lo contrario. La buena ciencia ya lo ha demostrado. El cuerpo humano es un microcosmos que refleja la tendencia a la unidad de todo el universo. La unión de unos cuántos protones, neutrones y electrones forman un átomo; de los átomos se forman las moléculas, de las cuales aparecen las células y, de estas, los órganos que, a su vez, forman parte del cuerpo humano, en el que todas sus partes están interrelacionadas y se influyen y necesitan unas a otras. La unidad no es solo un concepto filosófico o espiritual es una evidencia científica, es la esencia de la realidad.
La humanidad es también una unidad, los seres humanos somos uno. Cualquiera que a través de su intuición contacte con el plano del alma comprenderá esto con absoluta certeza. Sólo la expresión de la vida del alma a través de una personalidad imperfecta distorsiona este principio. Todos los problemas del mundo son debidos a la falta de unión y la visión separatista y egoísta de la vida, tanto a nivel de unos pocos individuos, de familias, de grupos más grandes, de naciones o de agrupaciones de naciones. Solo con una conciencia basada en la unidad se podrán resolver los graves problemas que hay en el mundo y acabar con la competitividad, con el separatismo, con la injusta distribución de la riqueza que produce pobreza y con la contaminación y destrucción de la naturaleza del planeta. Los problemas globales requieren soluciones globales entre todos los países, con visión de humanidad, con respeto mutuo, en igualdad y equilibrio de derechos y obligaciones. Solo la unidad salvara el mundo.
Mi alma, tu alma, su alma, son un alma y en el plano del alma somos iguales. La diferencia entre nosotros sólo está en la capacidad de expresar el alma en los planos de manifestación. ¿Por qué nos cuesta tanto comprender este sencilla realidad ?.
Reflexionar, comprender, es importante, pero además hay que actuar. Cada vez que aparezca la más mínima insinuación del espejismo de la separatividad reaccionar con rapidez, afirmar con rotundidad: “que mi conciencia no sea separatista”, con calma y en silencio interno, y dejar que el amor del alma dirija los pasos.