Interruptores de activación psicosomática

Introducción
La palabra psicosomática tiene su origen en las palabras griegas “psyche” y “soma” que significan mente y cuerpo respectivamente, y aluden a la influencia que ejerce la mente sobre el cuerpo. Se califica como psicosomático al trastorno psicológico, con un importante componente emocional, que genera un efecto físico, provocando alguna consecuencia en el organismo.
Existen numerosos procesos psicosomáticos. Algunos son muy simples y no implican una enfermedad, como por ejemplo cuando una persona se avergüenza por algo, sus mejillas cambian de color, o cuando ante un estado de nerviosismo o preocupación se desencadenan procesos psicosomáticos, por ejemplo con un subida de la presión arterial.
Cuando el desequilibrio psicológico se extiende en el tiempo y no obedece a una única situación extraordinaria, el problema psicosomático puede ser persistente. Una persona con un trastorno de ansiedad y con ataques de pánico puede sufrir, de manera recurrente, desde mareos hasta colitis, pasando por náuseas y dolor en el pecho. Llegado un momento, la enfermedad se instala en el cuerpo independientemente de su causa emocional. La medicina reconoce la importancia de los procesos emocionales en la aparición y desarrollo de algunas enfermedades, pero este proceso es difícil de cuantificar y precisar por depender de factores y variables difíciles o imposibles de estudiar con el método científico.
Ejemplos de algunas enfermedades en las que la medicina sospecha que el factor psicosomático puede tener gran importancia son: Hipertensión arterial, Úlcera péptica, Síndrome de colon irritable, Fibromialgia, Neurodermatitis, Colitis ulcerosa, Artritis reumatoide, Asma bronquial, Enfermedad de Crohn, Sensibilidad química múltiple.
Es importante no confundir trastornos psicosomáticos en los cuáles el organismo se ve afectado, con trastornos somatoformes en los cuáles sólo se manifiesta una reacción física externa sin desprender patologías orgánicas visibles.

Un síntoma psicosomático es aquel que está totalmente o en parte influenciado por factores psicológicos, ya sea en su aparición o en su evolución. Son muchos los síntomas y síndromes que pueden presentar las personas que somatizan, algunos de tal gravedad que pueden desencadenar otros problemas de salud física más amplios. Entre ellos se encuentran los siguientes:
a) Gastrointestinales: vómitos, dolor abdominal, náuseas, flatulencia, hinchazón, diarrea, intolerancias alimentarias.
b) Pseudoneurológicos: amnesia, dificultad al tragar, pérdida de voz, sordera, visión borrosa, desfallecimiento, debilidad muscular, pseudoconvulsiones, dificultad miccional.
c) Síntomas dolorosos: dolor difuso, dolor en extremidades, dolor de espalda, dolor articular, dolor al orinar, cefaleas.
d) Aparato reproductor: dispareunia, dismenorrea, irregularidad ciclos menstruales, hipermenorrea, vómitos a lo largo del embarazo, sensaciones quemantes en los órganos sexuales.
e) Cardiopulmonares: dificultad respiratoria en reposo, palpitaciones, dolor torácico, mareo.
f) Síndromes: alergias alimentarias extrañas, síndrome de fatiga crónica, síndrome de articulación temporomandibular, fibromialgia, sensibilidad medicamentosa múltiple.

Por somatización entendemos cualquier síntoma corporal que surge o se incrementa en respuesta a factores psicológicos o situacionales. Hay que distinguir entre los síntomas psicosomáticos y la somatización, que es la conversión de un trastorno psicológico en un trastorno somático del cuerpo. En caso de somatización se suele hablar de trastorno de conversión en el que ninguna causa ha podido ser hallada. Se suele también hablar de síntomas psicosomáticos cuando existe la dolencia física y no tenemos posibilidad de practicar un diagnóstico médico que explique los síntomas.
Se parte también de la base de que las enfermedades psicosomáticas tienen su origen en conflictos emocionales y psicológicos inconscientes sin resolver.

Darse cuenta de que el organismo es incapaz de mantener el control sobre su entorno y sus circunstancias se acompaña de un estado de malestar emocional, con inquietud, desasosiego, frustración, miedo, ansiedad… ; de una activación de diversos parámetros fisiológicos; y de un repliegue en las estrategias conductuales de interacción con el medio, con respuestas de inhibición, confusión, desorganización de los aprendizajes…
La desincronización entre las disfunciones corporales y los estados subjetivos explica las dificultades para identificar como “psicosomáticos” muchos síntomas corporales que no se acompañan de malestar emocional.
Las respuestas desadaptativas se traducen en alteraciones del equilibrio físico con repercusión en el sistema nervioso y hormonal, y en alteraciones psicológicas con un marcado descontrol emocional.

Principios de activación psicosomática

Las enfermedades psicosomáticas son muy frecuentes; se estima por ejemplo que casi un 12% de la población europea las sufre. Esos son solo estadísticas clínicas, ya que la incidencia de los procesos psicosomáticos está mucho más extendida, incluso muchas personas que padecen procesos psicosomáticos no son muy conscientes de ellos, aunque si de sus consecuencias. En términos generales se entiende que una persona sufre somatizaciones cuando presenta uno o más síntomas físicos y tras un examen médico, éstos síntomas no pueden ser explicados por una enfermedad. La enfermedad psicosomática es una solución biológica de emergencia que inicialmente tiene un sentido preciso en la búsqueda de una solución paliativa a su fuente de conflicto, que en caso de no resolverse, se corre el riesgo de volverse crónica. La fuente de conflicto psíquico se transforma en signos clínicos gracias a procesos de conversión, que tienen un destacado componente inconsciente y una tendencia a crear hábitos subliminales con cierta facilidad. La activación de los procesos de conversión se efectúa cuando ciertos umbrales de tolerancia son sobrepasados, o cuando se insiste en accionar “interruptores de activación psicosomática”, difíciles de relacionar con la causa del conflicto porque generan consecuencias de expresión retardada. El síntoma no es algo negativo sino todo lo contrario, es una llamada de tu inconsciente para que atiendas y soluciones un conflicto que ha quedado bloqueado y no te permite fluir con libertad. La salud no es el silencio del cuerpo, y no todos los síntomas o molestias son resultado de una enfermedad física.
Se estima que de las molestias que sentimos a diario el 70% se deben a causas naturales. Entre éstas, encontramos las que puede provocar el propio funcionamiento del organismo cuando realizamos la digestión, cuando respiramos, o cuando sudamos. Incluso los hábitos de vida poco saludables, como la mala alimentación, malos hábitos de sueño o realizar poco ejercicio físico también pueden provocarnos malestar físico. El medio ambiente también influye en nuestro cuerpo; factores como la contaminación, la humedad, el calor, el frío, hongos, etc.·Sólo un 5% de nuestros dolores se deben a enfermedades físicas. Además, sólo un 10% de éstas son graves. Así que, de cada 1000 molestias sólo 4 se deben a enfermedades graves.·Finalmente, un 25% de las molestias físicas que podemos sentir se deben a causas psicológicas. En este punto es donde se encuentran las enfermedades psicosomáticas.
Nuestros emociones influyen directamente en nuestro cuerpo. La ansiedad, el estrés y la depresión actúan sobre distintas hormonas, provocando cambios en nuestro organismo, que nos hacen más sensibles al dolor e influyen en distintas enfermedades. Se sabe que el estrés está relacionado con el cáncer o que la depresión debilita el sistema inmunológico o de defensa, con lo que se puede enfermar con más facilidad y ser más difícil recuperarse de ciertas enfermedades.
La ansiedad o la depresión provocan una cadena de síntomas en algunos sistemas de nuestro organismo. En el sistema nervioso pueden provocar dolores de cabeza, mareos, vértigos, desmayos, hormigueos, parálisis musculares, etc. En nuestros sentidos pueden llegar a provocarnos ceguera, visión doble, afonía, etc.·En el sistema circulatorio producen palpitaciones y taquicardias.·En el sistema respiratorio pueden causar sensación de ahogo, dolor u opresión en el pecho, etc.·En el sistema digestivo pueden producir sequedad de boca, sensación de atragantamiento, náuseas, vómitos, estreñimiento, diarrea, etc.·En el sistema osteomuscular es común que provoquen tensión muscular, dolor muscular, cansancio, etc.
Muchas enfermedades médicas están estrechamente relacionadas con el estrés. Entre ellas encontramos: la hipertensión, distintas enfermedades coronarias, el asma, la gripe, el cáncer, el hiper y el hipotiroidismo, las úlceras de estómago, el síndrome del intestino irritable, cefaleas, el dolor crónico, contracturas musculares, impotencia, etc.
Observar que la depresión, la ansiedad y el estrés, entre otros, son factores que influyen tanto el origen, el mantenimiento y la evolución de distintas patologías físicas, es un prueba de la influencia de lo psíquico sobre lo físico.

La coordinación de la activación motora y todos los cambios físicos que supone la realiza el Sistema Nervioso Autónomo (SNA), también conocido como Sistema Nervioso Vegetativo. El SNA forma parte del sistema nervioso periférico. Es un sistema involuntario que se encarga de regular funciones tan importantes como la digestión, la circulación sanguínea, la respiración y el metabolismo. Entre sus acciones están: el control de la frecuencia cardiaca, la contracción y dilatación de vasos sanguíneos, la contracción y relajación del músculo liso en varios órganos, la acomodación visual, el tamaño pupilar y secreción de glándulas exocrinas y endocrinas.
El sistema nervioso autónomo se divide en dos subsistemas que tienen funciones diferentes: el sistema nervioso simpático y el sistema nervioso parasimpático.
El sistema nervioso simpático: se encarga de preparar al cuerpo para la acción y la producción de la energía que necesita. Para ello libera dos productos químicos (la adrenalina y la noradrenalina), que desencadenan una respuesta completa, es decir, se experimentan todos los síntomas que componen la respuesta de ansiedad (lucha y huida).
El sistema nervioso parasimpático produce efectos opuestos al sistema nervioso simpático. Propicia la desactivación, la recuperación y restauración del organismo. Favorece el almacenamiento y la conservación de la energía. Lo hace a través de la acetilcolina, un neurotransmisor.

Los mecanismos de defensa son los protocolos que sigue el cuerpo cuando se enfrenta a una situación de cambio, de riesgo, o tiene la percepción de estar en peligro. Nuestro actual mecanismo de defensa básico es heredero del que como especie hemos ido desarrollando a lo largo de miles de años de evolución. Los peligros a los que estaban expuestos nuestros antepasados estaban ligados a la supervivencia y a funciones primarias de lucha y huida (luchar contra los animales, competir contra otros humanos, correr, pelear, esconderse...). En la actualidad, en la moderna sociedad de “múltiples situaciones preocupantes”, hay muchos peligros que no se resuelven atacando o luchando pero, sin embargo, seguimos conservando y activando el mecanismo que tenemos instalado desde tiempos ancestrales y que está cargado de comportamientos automáticos, por debajo del nivel de la conciencia, de muy difícil control consciente.
El tipo de respuesta de lucha y huida con el que de momento estamos dotados para hacer frente a los peligros, se inicia cuando nuestro cerebro (corteza cerebral, amígdala) interpreta que estamos ante una situación peligrosa y se comunica con el Sistema Nervioso Autónomo, que activa su rama simpática, propiciando una serie de cambios físicos para preparar al organismo para luchar o huir. El sistema muscular se pone en estado de máxima tensión listo para poder emprender la acción de huir o luchar. Las pupilas se dilatan para poder tener una visión más nítida, más agudizada en el centro del campo visual donde suele situarse el peligro, para poder discriminarlo mejor o para saber por dónde hay que huir. Se incrementa de ritmo y la fuerza de los latidos cardíacos, para que las extremidades puedan recibir las sustancias nutritivas y el oxígeno, y se produce una redistribución del flujo sanguíneo, de manera que los músculos más directamente relacionados con la actividad física reciben más sangre, y reciben menos sangre la piel, los dedos de manos y pies y la zona abdominal. En el cerebro se produce también una redistribución de la sangre que afecta, por un lado, al área frontal (zona vinculada con el razonamiento) donde disminuye el flujo; y por otro, a las zonas relacionadas con las respuestas instintivas y motoras (correr o luchar) donde se incrementa. Se acelera el sistema respiratorio que aporta mayor cantidad de oxigeno, que es el combustible que transformará en energía la combustión de glúcidos y lípidos. Se produce un aumento de la temperatura corporal que el organismo compensa incrementando la sudoración, para refrigerarse.
Todos estos cambios se producen en la respuesta fisiológica de la ansiedad, que a su vez acaba influyendo o modulando las decisiones a tomar y los comportamientos a seguir. En la respuesta de ansiedad los procesos atencionales juegan un papel destacado: nos fijamos más en las señales que tienen que ver con la amenaza. Se produce, en este sentido, un cambio en la prioridad de las acciones que llevamos a cabo, de modo que lo relacionado con lo peligroso recibe la condición de preferente. El objetivo principal es protegerse y/o prepararse para superar los peligros: luchar, enfrentarse con el problema, escapar o huir de la situación amenazante, o evitarla en los casos en que la anticipemos, o incluso quedarse paralizado.
Toda esta reacción debe frenarse cuando nos sentimos a salvo, cuando el peligro ya no está presente. Para refrenar la respuesta de ansiedad suelen ponerse en acción, por un lado, el Sistema Nervioso Parasimpático, que como hemos visto anteriormente se encarga de proteger y reparar al organismo; por otro lado, el organismo libera una serie de productos químicos que destruyen la adrenalina y la noradrenalina, con la consecuente sensación de desactivación.
A pesar del valor adaptativo que tiene la ansiedad se convierte enseguida en un problema cuando se alarga su duración, cuando se dispara sin suficientes motivos, o cuando se activa de forma desproporcionada. Entonces la ansiedad causa malestar y molestias generalizadas que afectan a los hábitos básicos de la persona: ritmos de sueño, alimentación y nivel general de activación.
Cuando estamos sometidos a un nivel de activación muy intenso y/o sostenido, los efectos beneficiosos producidos por los cambios fisiológicos se convierten en sensaciones físicas desagradables. La contracción de los grandes grupos musculares que prepara al organismo para la acción se reconvierte en sensaciones de tensiones musculares o incluso dolor, temblores, espasmos, calambres y sacudidas. Estos últimos son producidos por la acción del ácido láctico, un producto que se obtiene al generarse la energía, que al permanecer en los músculos termina por actuar como un tóxico. La dilatación pupilar que permite que entre más luz en el ojo y aumenta la discriminación visual, acaba creando molestias como la visión borrosa, sensibilidad a la luz, neblina o puntos luminosos. El aumento de la presión sanguínea y la frecuencia cardiaca para intensificar el transporte de nutrientes y oxígeno, se viven como palpitaciones o taquicardia. La sudoración profusa aparece por la necesidad del organismo de refrigerarse, liberando el calor generado en la producción de energía. A su vez la redistribución, por parte del torrente sanguíneo, de los nutrientes y oxigeno a las zonas donde son necesarios, puede producir pérdida de sensibilidad, hormigueo, palidez y frío, sobre todo en manos y pies. La digestión (y con ella la secreción de saliva) se ve enlentecida o parada y puede generar molestias estomacales, náuseas, diarrea y la sensación de boca seca. La redistribución del flujo sanguíneo cerebral que facilita que el organismo se concentre en la acción (luchar o escapar), más que en un análisis reflexivo, crea problemas como atención selectiva hacia el peligro, dificultad para pensar con claridad o confusión, mareo y sensación de irrealidad. El aumento de la frecuencia y e intensidad de la respiración, ideales para tener un mayor suministro de oxígeno en los músculos, puede transformarse en hiperventilación, lo que conlleva que se reduzca el nivel de dióxido de carbono en la sangre y se desencadenan una serie de sensaciones desagradables como: hormigueo, mareo, debilidad, sensación de desmayo, sudoración, escalofríos, visión borrosa, taquicardia, nudo en la garganta, temblor, sensación de irrealidad, opresión/dolor en el pecho, sensación de falta de aire, cansancio.
Es evidente que muchas de las situaciones amenazantes a que se enfrentan las personas en la actualidad no requieren, para su solución, de este complejo y automatizado sistema de activación. Además una reacción de activación excesiva se podría vivir como interferidora y alarmante, más que como facilitadora para resolver la situación. En los últimos siglos la humanidad ha evolucionado muy deprisa, y a pesar de la enorme capacidad de adaptación del ser humano, no ha habido tiempo suficiente para actualizar y diversificar las respuestas fisiológicas ante la ansiedad, que hoy por hoy resuelven muy poco y generan mucha infelicidad.

Causas de los procesos psicosomáticos

Los procesos psicosomáticos pueden estar generados por muchos factores que pueden ser genéticos, familiares, socioculturales, cognitivos y emocionales,… y que incluso interactúan unos con otros contribuyendo a la aparición del trastorno físico.

Todo compartimiento físico, emocional y mental, activo o pasivo, crea un itinerario que se registra en el cerebro y en otras partes de los cuerpos, y va creando un “surco”, una “huella” que se hace mas profunda cada vez que se vuelve a recorrer.
En el cerebro la huella se refleja en determinadas conexiones nerviosas que crean un camino específico para cada estado de experiencia por pequeño y reducido que sea. La directa comunicación del sistema nervioso con el sistema hormonal relaciona esta huella cerebral con una huella hormonal, de tal forma que un mismo comportamiento se registra cada vez con mayor facilidad en el cerebro en un surco de conexiones nerviosas ya creado, y dispara cada vez con mas rapidez las respuestas hormonales, ya previamente determinadas, que son las que accionan las funciones corporales, muchas de ellas por debajo del nivel de la conciencia.
El cuerpo etérico es el molde energético y la réplica exacta del cuerpo físico denso, el receptor y distribuidor de las energías a través de canales y centros energéticos, que vitalizan y energetizan al cuerpo físico denso. El cuerpo etérico está compuesto de corrientes de fuerzas que se distribuyen por una red de infinitesimal de pequeños hilos de energía, llamados nadis, conductores de la cualidad de la energía, que subyacen a cada parte del sistema nervioso y compenetran todas las partes del cuerpo físico, y en él existen centros vitales vinculados entre sí por líneas de fuerza y con el sistema nervioso del cuerpo físico. La red energética de nadis se distribuye en una trama de finos canales entrelazados que siguen determinadas direcciones creando conjuntos llamados meridianos, que en determinados puntos se entrecruzan y constituyen centros de energía. Esta trama etérica es un complicado tejido energético vitalizado que sigue siendo materia física. Los centros de energía están vinculados entre sí por líneas de fuerza y con el sistema nervioso, con las glándulas del sistema endocrino y a través de ellas con la sangre, y con el cuerpo etérico del sistema ambiental.
Todo comportamiento deja también una huella etérica, un surco energético que se graba en el cuerpo etérico y que con la repetición es cada vez de mas fácil acceso.
El componente emocional de cada acción o inacción también crea su propio itinerario emocional y su propia huella en el cuerpo emocional, lo que contribuye a crear un carácter emocional con cierta facilidad.
Igualmente cada pensamiento se registra en la memoria en conexiones nerviosas que se irán haciendo más fuertes y estables cada vez que se repiten.
Podemos así establecer que cada comportamiento contribuye a crear una huella etérica, física, emocional y mental, que son la base que sustenta todos los hábitos, que a medida que pasa el tiempo son cada vez más difíciles de cambiar, y son también la base de multitud de comportamientos automáticos, la mayor parte naturales y necesarios para mantener las funciones corporales que nos permiten vivir a través de nuestros vehículos.
Pero no todos los comportamientos y las respuestas a las situaciones que se nos plantean son los más correctos ni los más adecuados. Cuando una respuesta, que incluso en un principio era adecuada, se extiende demasiado en el tiempo o se dispara de forma descontrolada y sin suficientes motivos, se puede provocar una sobrecarga, una saturación, un exceso de estrés, y crearse patrones de repuestas automáticas antinaturales que provocaran procesos psicosomáticos.

Los trastornos psicosomáticos se relacionan con variables psicológicas y conductuales que intervienen en la regulación homeostática, en el equilibrio de todas las funciones corporales, y que son muy diferentes para cada persona. La capacidad de adaptación está relacionada con la interpretación emocional y mental de todo lo que nos sucede y como se graba en el cerebro, creando tendencias y actitudes que con el tiempo tienden a consolidarse. En estas interpretaciones operan variables de temperamento, psicológicas y de conducta, entre las que podemos destacar: el “Locus de control”: la propensión de cada sujeto a hacer atribuciones sobre las posibilidades de gobernar el curso de los acontecimientos con los propios recursos (locus de control interno) o de creerse a merced de factores o fuerzas ajenas a él (locus de control externo); la “Introversión”: una dimensión temperamental con rasgos de persistencia, rigidez, subjetividad, timidez e irritabilidad, en los que los introvertidos estarían basalmente más activados que los extrovertidos, y serían más propensos a hacer interpretaciones pesimistas a partir de su estilo perceptivo y de su peculiar procesamiento de la información, muy influido por sus estados subjetivos; “Neuroticismo”: la tendencia a responder emocionalmente ante una amplia gama de estímulos del entorno, con una activación emocional intensa y duradera, que aumenta la probabilidad de aparición de malestar, ansiedad y síntomas corporales (cansancio, anorexia, insomnio, etc.), y se acompaña de fatigabilidad psíquica y física, experimentación de estados emocionales negativos y oscilaciones anímicas frecuentes, con mayor riesgo de presentar síntomas somáticos y enfermedades; “Alexitimia”: la incapacidad o dificultad para hacer lecturas verbales de las sensaciones y de los estados emocionales, con un estilo de conducta basado en el aislamiento social y en la acción como estrategia de afrontamiento; “Hostilidad”: una actitud identificable con rasgos de competitividad, impaciencia, metas rígidas, desconfianza, negativismo, belicosidad e irritabilidad, con más problemas psiquiátricos y más problemas por consumo de alcohol y de tóxicos.
Existen también las llamadas construcciones psicológicas de segundo orden que resultan de la confluencia de predisposiciones temperamentales y actitudinales como el neuroticismo, irritabilidad, hostilidad, tendencia a la preocupación; con variables psicosociales como la soledad, dificultades de relación interpersonal; y con estados psicopatológicos predominantes como malestar emocional, ansiedad, depresión, que generan patrones de conducta con un mayor riesgo de disfunciones psicológicas y orgánicas.
Por otra parte existen también Variables psicológicas protectoras y promotoras de salud, como la responsabilidad, que se asocia a mayor satisfacción vital y a la percepción de la buena salud, con una mayor longevidad; y la extroversión, que se asocia a mejor salud y mayor calidad de vida, y a la apertura a la experiencia.

Las hipótesis de las causas psicosomáticas que cuenta con un apoyo generalizado se basan en bloqueos y desequilibrios emocionales que se reflejan en el cuerpo físico y en el cuerpo energético. La forma en la que gestionamos nuestras emociones tiene consecuencias directas en nuestra salud. Un gran número de lo que creemos como condiciones o enfermedades se derivan de la conexión entre nuestras emociones y nuestra forma de percibirlas e interpretarlas.
Podría parecer que todo el mundo entiende el significado del término "emoción", pero ni siquiera las definiciones científicas se han puesto de acuerdo en un único concepto definitivo. Generalizando podríamos convenir que las emociones comprenden nuestros sentimientos y estados de ánimo, y su expresión en conductas motoras y en las respuestas del sistema nervioso autónomo y endócrino. Sólo esta última parte puede evaluarse objetivamente; sin embargo, es imposible hacer una descripción de una emoción exclusivamente en base a las reacciones autonómicas y endócrinas que genera. El término emoción comprende tanto a las experiencias subjetivas que pueden ser expresadas verbalmente, como a los cambios fisiológicos relacionados. Es necesario, por lo tanto, considerar lo que cada uno de nosotros interpreta como dicha emoción. Las emociones leves, que persisten durante largos períodos de tiempo, son llamadas sentimientos. Tradicionalmente las emociones se han clasificado como placenteras, desagradables o neutras. La expresión de las emociones está basada primordialmente en reacciones neurovegetativas, en parte innatas, hereditarias y típicas de la especie, y en parte adquiridas.
Se ha considerado que la función de la emoción es coordinar el cuerpo y la mente, organizando la percepción, el pensamiento, la memoria, la fisiología y el comportamiento, pero no solo con respecto a la mente y un cuerpo de un individuo, sino también, para conectar las mentes y los cuerpos entre individuo.
Si bien la causa de las enfermedades emocionales es desconocida para la ciencia oficial, su vínculo con el sistema límbico y con las neuronas monoaminérgicas mesencefálicas está indicado por la eficacia terapéutica de drogas que interfieren con los mecanismos neuronales de esta región. Desde la neurociencia, se ha puesto de manifiesto la existencia de un doble circuito del procesamiento emocional en algunas emociones estudiadas. Por un lado, un circuito que pasa por la corteza cerebral, que involucra al hipocampo y por el otro, un circuito que pasa por la amígdala cerebral y que es capaz de producir reacciones emocionales sin conciencia ni recuerdo consciente. El condicionamiento puede tener lugar inconscientemente mediante los circuitos de la amígdala. Además, el estrés puede dañar el hipocampo a la vez que facilita la actividad de la amígdala , lo que puede hacer que el aprendizaje se realice sin que el individuo tenga conciencia de la situación traumática originaria. El procesamiento emocional no resulta necesariamente adaptativo, debido a que activaciones inconscientes, una vez establecidas, son difíciles de eliminar.
La conexión referida entre la emoción y las respuestas corporales hormonales, viscerales y motoras, conduce a cambios físicos reales que pueden contribuir a producir trastornos psicosomáticos.

La palabra psicosomática viene como sabemos de mente (psique) y cuerpo (soma). Siempre hay un aspecto que tiene que ver con el uso de la mente, y es la forma en que cada individuo reacciona ante un mismo síntoma, ante una misma situación. Dos personas pueden padecer igual afección y sin embargo llevarlo de modo diferente. Por ejemplo, una puede caer en depresión y la otra sentir que no es tan grave. Muchas enfermedades son agravadas por estrés y ansiedad, dos grandes desequilibradores de la homeostasis y armonía de los cuerpos. Sin embargo es la apreciación e interpretación personal la que hace posible la gestión y canalización de cada suceso o lo convierte en un problema desadaptativo.
Los trastornos psicosomáticos son otra forma de manifestación en el cuerpo físico de lo que nos sucede a nivel mental. Se dice que la energía sigue al pensamiento, también podríamos decir que el pensamiento negativo aplicado a cualquier situación, real o irreal, bloquea el comportamiento natural de las emociones y desequilibra el funcionamiento de los sistemas físicos, inhibiendo la capacidad de una respuesta adecuada y proporcional, alterando la circulación de la energía, y creando hábitos y mecanismos psicosomáticos sin acceso a la conciencia, que se precisará para hacerlos comprensibles y facilitar la forma de liberarlos.

La mayoría de los trastornos y enfermedades psicosomáticas más comunes están relacionadas con el estrés. Algunos autores consideran la somatización como manifestaciones del estrés psicológico. En los síntomas psicosomáticos parece estar presente a menudo el estrés, aunque puede haber otras variables relacionadas. La somatización se asocia también a trastornos por ansiedad y depresivos, y a otros trastornos psiquiátricos, como trastornos de personalidad y trastornos de pánico. En todo caso, se considera que el estrés es la variable central en el proceso de manifestación de síntomas psicosomáticos.
Con estrés se produce activación del sistema nervioso autónomo. Cuando un estresor es percibido, los órganos que son estimulados por tejidos nerviosos reciben un exceso de hormonas de estrés: estas hormonas estimulan la función del órgano e incrementan su tasa metabólica. Cuando los órganos no tienen oportunidad de relajarse, podrían iniciarse las disfunciones.
Cuando alguien experimenta estrés por un acontecimiento emocional intenso, en el organismo se produce una reacción de alarma. En este periodo hay una activación de eje hipotálamo- hipofisiario- adrenal con liberación de la hormona corticotrópica ACTH estimulando las glándulas adrenales y liberando una enorme cantidad de hormonas sobre todo catecolaminas (adrenalina) y glucocorticoides como el cortisol, lo cual conduce a una activación del sistema nervioso simpático y a una supresión de la respuesta inmune. El estrés aumenta la vulnerabilidad a infecciones, enfermedades autoinmunes y gastrointestinales, síndrome de fatiga crónica, enfermedades crónicas como la diabetes, o diversas alteraciones cognitivas.
La forma en la que el estrés acaba por generar síntomas psicosomáticos sigue un proceso que se podría resumir de la siguiente forma: se presenta uno o varios estresores. Se produce una valoración a tres niveles: valoración de la situación, valoración de los recursos propios y valoración del apoyo ambiental. Con ello se llega a un punto concreto de estrés percibido, lo que produce respuestas emocionales y respuestas conductuales en función de las variables sociodemográficas. Y así se producen respuestas fisiológicas y síntomas psicosomáticos.

Lo que nos ocurre en la infancia afecta profundamente nuestra vida posterior a través de cadenas de causa y efecto, que van siendo comprobadas por diversas investigaciones científicas. Se ha demostrado que experiencias tempranas de abuso físico y psicológico, y el abandono o la muerte de un ser querido tienen una correlación con los niveles de estrés en la vida adulta. Diversos estudios muestran que la exposición al estrés durante los primeros años de vida conduce a un aumento de los comportamientos agresivos y también a alteraciones en la actividad cerebral.
En medicina psicosomática se han planteado diversos modelos conceptuales, que resulta de interés considerar.
En los modelos psicoanalíticos se parte de la base de que la aparición de síntomas somáticos puede expresar simbólicamente un aspecto de un conflicto inconsciente, y se da mucha importancia a la necesidad de lograr en el desarrollo la capacidad de expresar y elaborar los afectos y emociones corporales a través del lenguaje, ya que una alteración de este proceso lleva a que las emociones se expresen a través del cuerpo, concediendo a los síntomas somáticos la categoría de lenguaje.
Para los modelos cognitivos, los esquemas de cognición determinan la manera cómo el individuo interpreta su realidad, entre éstos los estímulos corporales. Uno de los modelos de la psicoterapia consiste en corregir estas distorsiones cognitivas.
Por otra parte se discuten también los términos de alostasis (capacidad de alcanzar la estabilidad a través del cambio), y carga alostática (el precio acumulativo que se paga con el tiempo por esta adaptación), el modelo del estrés, la psiconeuroinmulogía y la importancia de eventos tempranos en la respuesta posterior del organismo ante situaciones adversas. Se destaca también el impacto de los aspectos sociales en el estado de salud del individuo. Parece concluirse que la medicina psicosomática no puede ser abordada desde una única perspectiva y que todos los modelos tienen elementos comunes como la importancia del terreno genético, el papel de las experiencias y las relaciones tempranas en la regulación de las respuestas adaptativas y el estudio del rol del estrés y el trauma como factores que pueden llevar a procesos patológicos.

Si hay algo de lo que nadie parece escapar es de las crisis, de esos periodos que a partir de los cambios hacen tambalear todo tipo de estabilidad.
Todo proceso de aparente continuidad puede volverse en algún momento discontinuo. Dependiendo de su temperatura, el agua puede congelarse y ser hielo o evaporarse y ser nube, lo que diferencia el hielo, el agua y la nube depende de que hayan pasado dos momentos críticos que los ha hecho diferentes. La vida cotidiana está llena de ejemplos similares en los que a partir de un momento crítico tienen lugar transformaciones sorprendentes, de un día para otro el gusano desaparece y sale volando una mariposa, en unos pocos días o semanas una persona con una carrera profesional prometedora y brillante pierde su trabajo, en un instante un accidente o un desastre trunca varias vidas.
Aunque pueda parecerlo, la ocurrencia de las crisis no es totalmente aleatoria sino que depende del estado del sistema en el que acontecen. Decimos que un sistema es muy estable cuando grandes fuerzas aplicadas sobre él producen pequeños cambios y al contrario, decimos que un sistema es inestable o que es crítico cuando pequeños cambios o influencias pueden producir grandes efectos.
El cerebro humano funciona por la interacción de muchos sistemas inestables y se mantiene en equilibrio porque esos sistemas se compensan entre sí. Un pequeñísimo cambio en las conexiones neuronales puede traducirse en una idea genial, en un gesto heroico o en un perturbado disparate. Paradójicamente, cuando muchas estructuras cerebrales funcionan de manera regular y al mismo ritmo puede producirse una crisis epiléptica. En los momentos de inestabilidad de un sistema mayor aumenta el riesgo de interrupción y, al mismo tiempo, mayores son las posibilidades de reorganización y cambio de sus estructuras internas.
Las crisis son episodios normales de la vida natural, que se acompañan siempre de una percepción de cambio, de una evidencia de exigencia y de un esfuerzo por adaptarse a las nuevas circunstancias. El sufrimiento que se experimenta durante una crisis revela la lucha interna entre unas partes de la personalidad adaptadas a las viejas circunstancias y aquellas que tenemos que conformar para seguir viviendo en un mundo que la crisis ha cambiado. El éxito en este esfuerzo favorece el desarrollo y la integración de la personalidad mejor adaptada, el fracaso puede llevar a la desestructuración y a la desesperación. El mundo es distinto después de una crisis y eso puede hacer que el sujeto se encuentre mejor o peor que antes, dependiendo ello de sus recursos y habilidades y de su aprovechamiento de los apoyos con los que ha podido contar.
Progresamos por los momentos de crisis que se presentan. A todos los niveles, como país, como grupo, como personas. En cada crisis se desmoronan la estabilidad y también las barreras que impiden nuevos cambios, y así se acaba por abrir espacios para que afluya la energía del alma. Lo mismo que en una crisis personal se favorece que salga el alma, en una crisis nacional se favorece que aflore el alma de una nación, y en una crisis universal que emerja el alma de todo el planeta.
Cada crisis en la vida puede conducir a una amplia visión o a un muro separador. Las crisis son oportunidades de transformación.
El proceso de una crisis sigue una serie de pasos naturales, un patrón que se repite una y otra vez. Primero se parte de un punto de tensión que va acrecentándose, para acabar convirtiéndose en un punto de crisis, que a su vez va aumentando, para al final convertirse en un punto de surgimiento, de resolución, con el mejor de los aprendizajes: el aprendizaje forjado en el “crisol” de la propia experiencia.
Los seres humanos somos especialistas en intentar evitar la tensión y las crisis, tenemos pánico a las crisis, y solemos hacer todo lo posible para evitarlas; pero esa no es una actitud inteligente ni evolutiva. Si el proceso de crisis se bloquea, no se consigue el punto de surgimiento y la situación se enquista, y a partir de ahí tenemos creado el espacio abonado para generar trastornos psicosomáticos, en un intento de la conciencia por liberarse del bloqueo, con el coste adicional de convertir el proceso en inconsciente, lo que sin duda hará más difícil su resolución.
Es de vital importancia dejar de luchar por evitar la presión y la tensión de la vida diaria y aprender a canalizarla con sutileza. Intentar suprimir la presión, sin resolverla, es incompatible con la armonía y con un mínimo grado de bienestar. La capacidad de resistir y canalizar la presión y las pruebas de la vida está directamente relacionada con la capacidad de vivir sin condicionamientos.
Son múltiples causas las que pueden ser el germen de un proceso psicosomático, algunas de ellas interactuando entre sí, lo que dificulta el trabajo de las muchas escuelas de psicología que tratan de resolver los conflictos desde el conocimiento de sus causas, tal vez con un exceso de análisis del problema que puede tener muchos resortes difíciles de detectar. Por ello se hace preciso encontrar soluciones más simples, que consigan resolver los desarreglos, y dejarlos por debajo de la conciencia una vez resueltos, sin prestar más atención a sus complejidades.

Interruptores de activación psicosomática

El concepto de interruptor se aplica a distintos campos. En el campo de la electricidad se utiliza para designar a aquel mecanismo especialmente diseñado para abrir o cerrar un circuito eléctrico. Es decir, el interruptor es un dispositivo que permite accionar o interrumpir la corriente eléctrica de un espacio o lugar.
Un interruptor molecular es una molécula que puede ser revertida entre dos o más estados estables. Las moléculas pueden alternar entre dos estados en respuesta a cambios en, por ejemplo, el pH, la luz, la temperatura, una corriente eléctrica, el micro-contexto, o por la presencia de un ligando. En algunos casos, se emplea una combinación de estímulos para generar estados análogos a encendido y apagado.
Un interruptor genético controla cuando y donde se activan los genes. Un interruptor emocional determinará cuando y como se activan o inhiben las emociones.
Un interruptor de activación psicosomática sería el responsable de activar o inhibir un comportamiento previamente somatizado y automatizado, que en algún momento se ha situado fuera del acceso de nuestra conciencia.

La ciencia está logrando importantes avances en el estudio de interruptores biológicos. Se ha identificado un interruptor biológico, un neurotransmisor, que se activa en el caso de ataques de ansiedad o estrés situado en el cerebro, que en sujetos con disturbios psicológicos desencadena ataques de pánico. Se trata de la acetilcolina, un compuesto que si se bloquea se logra inmunizar temporalmente al paciente de la sensación de ahogo que acompaña a un ataque de pánico; aunque no se han logrado significativos avances al usar para dicho bloqueo fármacos con importantes efectos secundarios.
También se ha conseguido identificar a un interruptor biológico relacionado con la obesidad, que ofrece la posibilidad de manipular la presencia o ausencia de grasa en zonas anatómicamente estratégicas del cuerpo. Ese interruptor se activa sobre todo por el estrés crónico. Este hallazgo explicaría por qué hay personas que durante sus vacaciones, pese a los habituales excesos del verano, pueden llegar a perder peso al alejarse temporalmente de sus presiones y preocupaciones cotidianas.
Todo esto es una prueba más de que psicología y biología están íntimamente ligadas.

Se han logrado también avances en determinar el papel de interruptores genéticos. Por ejemplo, se sabe que la activación del gen p53 en la piel previene el cáncer dermatológico. El gen p53 tiene un papel clave en corregir los errores que aparecen en nuestras células. Mediante la descamación, las células peligrosas son eliminadas. Si no hubiera descamación toda la población mundial tendría un cáncer de piel.
El material genético contenido en los genes, se activará, se expresará, se manifestará, y se hará visible o no, en función de la interacción con el medio. La expresión genética, así como su heredabilidad, tanto sana como patológica, pone de relieve la importancia de la influencia de los aspectos psicosociales y socio-culturales, y la importancia del papel de las experiencias en la infancia y la educación en el desarrollo del psiquismo y del cerebro humano.
La ciencia intenta dilucidar los entresijos del ADN secuenciado y crear un catálogo con todos los elementos funcionales que contiene el genoma, que cuando se mezclan constituyen la información necesaria para formar todos los tipos de células y órganos del cuerpo humano. Esta información ha ayudado a los científicos a entender mejor cómo se regula la expresión de los genes, qué factores determinan que las proteínas se produzcan en las células apropiadas y en el momento adecuado, y permitirá nuevos avances en la comprensión de dolencias de origen desconocido. Una importante investigación se viene llevando a cabo en el campo de la genómica, que ha permitido descubrir cómo el 80% de nuestros genes, llamados hasta ahora “genes basura” y también, “genes silenciados”, porque no expresan su código genético, permaneciendo inactivos en cuanto a la producción de las proteínas específicas necesarias para la constitución de cada órgano y el desarrollo de su función, en realidad cumplen un importante papel actuando como un gran panel de control con millones de interruptores que regulan la actividad de nuestros genes y sin los cuales los genes no funcionarían y aparecerían enfermedades. Nuestro genoma parece funcionar gracias a un gran número de interruptores que determinan si un gen se enciende o se apaga. Se ha encontrado que una gran parte del genoma está implicada en controlar cuándo y dónde se producen las proteínas, más allá de simplemente fabricarlas.

Pero el campo de interruptores de activación psicosomática está muy poco investigado, a pesar de las graves consecuencias y limitaciones que los procesos psicosomáticos acarrean en la vida de muchas personas.
Podríamos plantear una hipótesis de trabajo, que como todas las hipótesis debe ser sometida a experimentación un buen número de veces para sacar conclusiones definitivas. La idea parte de la base de que los trastornos psicosomáticos han sido producidos por una actitud, un comportamiento, una reacción activa o pasiva, continuada en el tiempo, en un intento por lograr enfrentar una situación que rompe la estabilidad, seguramente influenciada por presiones externas en un ambiente de estrés, a la que se ha aplicado un modo de enfrentamiento que ha resultado poco adaptativo, en la que el organismo se ha visto al final obligado a crear una válvula de escape de la tensión a través de la somatización, y de arrastrar posteriormente ese proceso por debajo del nivel de la conciencia, como una forma en falso de liberarse del problema. Parecería lógico pensar que una vez finalizada la situación de tensión y estrés todo hubiera quedado en una amarga experiencia, pero el cuerpo ha interiorizado un automatismo sin control consciente, que puede liberarse en cualquier momento sin que concurran las causas que lo crearon. Otra clave de la hipótesis radica en que esa “liberación” del proceso psicosomático no ocurre de forma aleatoria y ocasional, como muchas veces puede parecer a quien la padece y a quien la observa, sino que responde a un proceso de activación de forma inconsciente, y por ello de difícil detección. El o los interruptores de activación psicosomática serían los mecanismos responsables de que el trastorno aflore de nuevo a la superficie. Todo ello se complica un poco más dado que los interruptores de activación pueden precisar de un proceso de carga, de una o varias acciones de activación, y las consecuencias pueden tener lugar un tiempo después; podríamos hablar entonces de interruptores de activación psicosomática de efectos retardados.
Pongamos un ejemplo, que en la práctica clínica sería muy fácil de encontrar: sería el caso de una persona que padece depresiones discontinuas desde hace tiempo, que cuando se presentan se caracterizan por crisis de ansiedad, abatimiento generalizado, y diversos trastornos psicosomáticos, como pueden ser trastornos del sueño, diarreas, dolores de cabeza, dolores de espalda, ect. En ocasiones, incluso en periodos depresivos, hay espacios prolongados donde la depresión parece remitir, y se logra un relativo buen estado de ánimo, y de tranquilidad emocional y mental, y sin embargo en un momento cualquiera se dispara una crisis de ansiedad, aparentemente sin ningún motivo, tal vez por la mañana después de haber dormido bien. La hipótesis de los interruptores de activación psicosomática postula que esa crisis de ansiedad no responde al azar o a la casualidad sino que antes de ella se han estado activando inconscientemente esos interruptores, incluso en periodos de tranquilidad, y que esa activación se libera ahora de forma retardada. La clave y la dificultad está en detectar que se está haciendo o no haciendo para desatar una vez más en ese estado de ansiedad indeseado. En el ejemplo de la activación de la ansiedad el interruptor bien podría ser una actitud, que en su día fue un factor determinante en la incubación de la depresión, como puede ser anticiparse y preocuparse sobre el futuro de forma negativa, de tal forma, que aún en periodos de tranquilidad ese tipo de preocupación por pequeña e inofensiva que pueda parecer va cargando el interruptor, hasta que salta de forma descontrolada en el momento más inesperado. Seguramente todos los interruptores de activación psicosomática tienen un componente de activación relacionado con no vivir en el presente, y por distorsionar la realidad con una visión negativa.
Localizar el interruptor y la forma en que se reactiva será el primer y principal paso para entender que está ocurriendo, para meter consciencia y conciencia en ese proceso, y para diseñar una estrategia que corte la reactivación del trastorno psicosomático.

Recursos para la desactivación de interruptores psicosomáticos

Si la hipótesis expresada sobre los interruptores psicosomáticos resulta ser acertada con carácter general, nos enfrentamos al desafío de encontrar la forma de desactivar estos interruptores descontrolados, como un artificiero trata de desactivar una carga explosiva.
Cualquier recurso que pretenda ser efectivo en el tratamiento de un trastorno psicosomático debería ser capaz de bloquear y destruir los mecanismos por los que funcionan los interruptores de activación psicosomática, logrando no solo su desactivación, sino impedir que se vuelvan a reactivar o reconstruir mas o menos modificados.

La moderna psicología parte de la base de que los factores psicológicos originan o modifican este tipo de trastornos, y así el enfoque terapéutico más recomendado es la psicoterapia. Otras técnicas como la modificación de conducta y el entrenamiento en técnicas de relajación pueden ser muy eficaces en algunos casos. Aunque la técnica clave utilizada en el tratamiento de las somatizaciones es la cognitiva, de manera que el paciente consiga hacer una reestructuración de sus interpretaciones y creencias ante el síntoma, y se le ofrezcan estrategias para enfrentarse a la causa, por ejemplo con entrenamiento en relajación, con la práctica de la exposición, y técnicas de resolución de problemas. Desde el enfoque de las terapias cognitivo conductuales se han logrado buenos resultados a la hora de hacer frente a este tipo de trastornos, sobre todo combinando las técnicas de relajación con otros procedimientos cognitivos, para habilitar al paciente con el fin de que logre controlar sus niveles de ansiedad. A la hora de intervenir, también pueden ser de utilidad los métodos de manejo del estrés, que aglutinan un amplio conjunto de técnicas como son: la práctica de la relajación en situaciones generadoras de estrés; procedimientos de desensibilización; aprendizaje discriminativo en relación a situaciones inductoras de activación fisiológica; entrenamiento en habilidades sociales, asertividad y solución de problemas. También son eficaces las técnicas dirigidas a aumentar, la autoestima y la tolerancia a la frustración. Se consiguen también algunos éxitos con el tratamiento con hipnosis.
Sin embargo, a pesar de los beneficios de todas estas técnicas, todo parece conducir a una lucha sin cuartel contra los trastornos psicosomáticos, sin llegar del todo a erradicarlos. La lógica intuitiva indica que tiene que haber un camino más simple y directo para resolver unos trastornos que tampoco se crearon con tanta complejidad.

Antes de nada debe quedar muy claro que en este tipo de trastornos, en la medida de lo posible, conviene evitar los psicofármacos, o al menos acudir antes a psicoterapia, tanto por la escasa eficacia de estos medicamentos, que no solo no curan, sino que se limitan a paliar ciertos síntomas agravando otros, como por el riesgo de problemas asociados, entre ellos su alto índice de dependencia. Muchas de las pruebas físicas que se realizan y gran parte de los medicamentos administrados se podrían ahorrar si este tipo de trastornos fueran correctamente diagnosticados. De esta forma las personas que los padecen mejorarían sin necesidad de pasar años de incertidumbre, de especialista en especialista y de tratamiento en tratamiento.

La energía sigue al pensamiento, y el mismo principio que genera un problema puede ser la base de su resolución. El erróneo empleo de la mente puede generar el trastorno, y su buen empleo puede producir la sanación.
Los mecanismos por los cuales se produce la sanación psicosomática son menos conocidos que los mecanismos por los que se produce la enfermedad psicosomática. Se sabe que aquellos factores que inhiben las hormonas relacionadas con el estrés, generando estados de relajación, son los responsables de propiciar estados benéficos para la salud. La relajación puede ser entendida entonces como el opuesto psicosomático del estrés, pero su definición está dada justamente en relación al estrés y no tanto por sí misma.
Es importante creer en lo que hacemos como fórmula de sanación, como lo demuestra el poder de sanación del “efecto placebo”, que es la expresión práctica de la creencia en que lo que hacemos nos va a sanar, aunque no exista ninguna base científica objetiva. El sistema inmune puede ser activado por su creencia en la cura. La rapidez casi increíble de muchas sanaciones sugiere que sus sistemas autonómico y endócrino debieron de responder fácilmente a la sugestión, permitiendo que movilizara su torrente sanguíneo con mucha efectividad para remover fluidos tóxicos y desechos de la enfermedad. Se sabe también que el ‘sistema límbico-hipotalámico’ del cerebro es el gran conector entre mente y cuerpo que modula la actividad de los sistemas autonómicos, endócrinos e inmunes en respuesta a creencias y a sugestión mental. Todos los procesos físicos y psíquicos son manifestaciones o transformaciones de información. No sólo la materia y la energía son convertibles, también la información se transforma en materia y energía. Es de esta forma que un fenómeno psíquico llega a somatizarse y también a desencadenar, por una orden generalmente inconsciente, un proceso de sanación o una respuesta placebo. De la misma forma que el estrés desencadena una cascada bioquímica en el cuerpo, la relajación también produce una descarga de hormonas y neurotransmisores, en este caso algunos más benignos, tal vez oxitocina, serotonina y dopamina.De manera muy básica podemos entender que en directa oposición a la cronicidad del estrés opera la habituación a la relajación. Así prácticas como el yoga, la meditación, el ejercicio y las relaciones humanas basadas en el amor, pueden actuar en directo detrimento de las enfermedades. Estos actos contienen componentes de sanación que ayudaran a reprogramar al organismo generando una corriente positiva inversamente proporcional a la que origino el trastorno.

Un importante papel en la activación y desactivación de los interruptores psicosomáticos lo pueden lugar las emociones. Podríamos llegar a considerar que solamente podemos experimentar dos emociones básicas: el amor y el miedo. Todas las demás derivarían de ellas. La emoción del amor, tiene una frecuencia vibratoria más alta y rápida que la emoción del miedo, que es más baja y más lenta. Las frecuencias vibracionales de nuestras emociones afectan a nuestra biología, y en función de su intensidad o duración, llegan a producir verdaderos cambios físicos.
Existen 64 códigos posibles de aminoácidos en nuestra estructura de ADN. Por lógica todos deberíamos tener estos códigos activados, pero en realidad sólo tenemos unos 20 activados en este momento. Es como si hubiera un interruptor que apaga y enciende estos códigos, y ese interruptor son las emociones. Por lo tanto, como la emoción del miedo es de frecuencia baja y lenta, toca pocos códigos, y con el amor sucede todo lo contrario. Un individuo que vive con miedo tiene pocos códigos activados y no encuentra soluciones, mientras que el individuo que vive en el amor está más despierto y receptivo a encontrar soluciones en su vida.
Nuestras emociones están mediatizadas por nuestras creencias, y en la mayoría de las ocasiones nuestras actuaciones son el resultado de lo que creemos que tenemos que hacer, y esto en muchas ocasiones es solamente miedo. El miedo a no ser aceptados, a ser amados, a perder el cariño de las personas, a no ser reconocidos y a un sinfín de matizaciones de todo lo anterior.

Desde un punto de vista práctico sobre la base de la importancia del principio que declara que “la energía sigue al pensamiento”, podemos diseñar estrategias dirigidas a romper el hábito de la atención enfocada en la activación inconsciente de los interruptores psicosomáticos.
Se propone a continuación una técnica que resulta muy eficaz y que por su sencillez puede pasar un tanto desapercibida, como si la complejidad haya sido alguna vez un buen indicador de caminos. Una vez que han sido detectados la cadena de emociones y pensamientos que podemos relacionar como posibles interruptores de activación psicosomática, es el momento de actuar de forma preventiva, como todas las buenas prácticas sanadoras, luego será demasiado tarde y solo se podrá intentar paliar consecuencias. La técnica podría desarrollarse a través de los siguientes pasos:
- Tomamos conciencia de los pensamientos y emociones con carga de negatividad en los que estamos cayendo, y que sospechamos que pueden intervenir en la activación de los interruptores.
- En ese mismo instante proponerse con firmeza no continuar prestando atención a dichos pensamientos y emociones, y concentrándose lo mejor posible en el entrecejo, (en el centro ajna, entre las cejas), pronunciar internamente con decisión la siguiente frase “que la realidad rija todos mis pensamientos y la verdad predomine en mi vida”, como fórmula liberadora del estado de irrealidad con carga de negatividad que no queremos reproducir.
- Paralelamente a esta iniciativa a practicar tantas veces como se presenten los estado emocionales y mentales que atribuimos como interruptores de activación psicosomática, realizar la siguiente práctica con un ritmo temporal establecido, aunque estemos en un estado de perfecta armonía y paz. Primero hay que delimitar el ritmo, para lo que podemos valernos, por ejemplo de un teléfono móvil al que programamos una alarma cada 15, 30, o sesenta minutos, desde primera hora de la mañana hasta última hora de la noche, en un periodo de práctica que debería abarcar varias semanas. Dicha alarma puede ser un sonido profundo y recogedor de los que incitan a la paz o a una sana reflexión, como el sonido de un “cuenco tibetano”, o de una campanilla, que pueden bajarse de internet, y hacer sonar durante unos segundos en cada intervalo de tiempo que hayamos programado. Nada más sonar la alarma concentrarse en el entrecejo, y pronunciar internamente con decisión la frase de antes “que la realidad rija todos mis pensamientos y la verdad predomine en mi vida”, y mantener por unos instantes la conciencia en esta frase, concediéndole la importancia que tiene como fuente de transformación interior, y como una orden dirigida al cerebro para que evite vagar en estados de irrealidad.
El objetivo de esta práctica es romper el hábito de cargar los interruptores de activación psicosomática, tanto cuando se tiene conciencia de que se están activando, como en distintos periodos determinados del día, en los que el hábito podría estar actuando de forma inconsciente. Podría parecer que es una técnica solo de buenas intenciones y que no dará grandes resultados, pero la experiencia de su práctica demuestra que es una técnica muy potente, con unos resultados sorprendentes, y que solo precisa que se practique con continuidad y con confianza. Es una buena prueba que demuestra con claridad la validez del principio de que “la energía sigue al pensamiento”, solo que ahora en una correcta dirección. Caminamos de espejismo en espejismo y de irrealidad en irrealidad, y la buena dirección es la que nos conduce cada vez más cerca de la verdad y de la verdadera realidad, que es también la forma más directa de acercarse a la auténtica libertad.

A la luz del alma

Toda enfermedad es el resultado de vida psíquica inhibida. En realidad la enfermedad es la inhibición en los cuerpos de la vida y energía del alma. La auténtica sanación se produce cuando la vida del alma fluye sin impedimento a través de los cuerpos. Esta inhibición se refleja directamente en el cuerpo etérico, que presenta sus centros de energía sobreestimulados, bloqueados o inhibidos. La energía sigue al pensamiento, las emociones siguen a la energía. El arte de fluir es el arte de fluir con la energía, disfrutando de sus corrientes armoniosas y negándose a seguir con la atención el curso de sus desviaciones hacia la negatividad.

Somos el resultado de lo que nuestra conciencia está capacitada para percibir, o dicho de otra forma, nuestra conciencia determinada el tipo de vida que podemos llegar a experimentar, las energías que seremos capaces de asimilar y gestionar, y el tipo de cuerpo físico (tanto denso, como sutil o etérico), el tipo de cuerpo emocional y el tipo de cuerpo mental de que podemos dotarnos para ser expresión en mayor o menor grado de la vida del alma.
Por otra parte la impermanencia de todas las cosas es un principio natural, que cuesta mucho de entender y aceptar a la mayor parte de la humanidad. Pretender que la vida permanezca estable, sin cambios, en el terreno conocido en el que creemos sentirnos seguros, es crear una lucha permanente contra la propia naturaleza, condenada a producir estrés y a cargar de irrealidad la experiencia vital de los cuerpos. Se presenta mucha dificultad cuando se trata de descubrir las causas de los procesos psicosomáticos y trabajar sobre ellas, pero es muy simple y sencillo actuar en la dirección de dejar paso al alma para que se restablezca el equilibrio, y pueda tener lugar la sanación natural que algunos llaman sanación espiritual. El arte de la sanación consiste en desenredar las ataduras que bloquean la vida del alma, para que pueda fluir a través de los cuerpos. Dejar paso al alma puede parecer solo al alcance de seres muy elevados, pero eso es solo un pensamiento limitador más. Cualquier persona dispuesta a poner sinceridad y corazón en su camino por este mundo está dejando paso a la expresión del alma.
Dicho con palabras más cercanas a la mente occidental: acabar con el estrés y encontrar la paz supone reenfocarse hacia actitudes muy fáciles de comprender y de practicar, si solo fuéramos capaces de creer de verdad. Todo ser humano cree mucho más de lo que puede comprobar o demostrar. De una forma resumida, se trataría de: sacudirse el miedo; aceptar todo lo que nos depare el destino, vivir el presente, mantener una visión positiva con la mirada hacia delante; y amar, siempre amar. “Hoy es un buen día para vivir”, debería ser el primer pensamiento de cada mañana. En el estado de tranquilidad que producen estas actitudes es muy fácil enfocar, reordenar y dirigir la energía para resolver cualquier situación estresante que se presente.

Una sencilla práctica puede resultar de gran ayuda para acercarnos hacia el alma. De la misma forma que la técnica descrita anteriormente, y ayudándonos de una alarma del teléfono móvil, con un sonido profundo y evocador de un estado de paz, que puede hacerse sonar durante unos segundos en cada intervalo de tiempo que hayamos programado; nos concentramos en el entrecejo, y pronunciamos internamente con decisión la frase: “ que el amor del alma una, irradie sobre mí, y penetre en cada parte de mi cuerpo, sanando, aliviando, fortaleciendo y disipando todo lo que obstaculice el servicio y la buena salud”, manteniendo por unos instantes la conciencia en esta frase, dejando que la energía y el amor del alma penetren libres en nuestros cuerpos, meditando por un corto periodo en este mágico momento de paz interior.
La meditación, además de muchas otras virtudes, es una fuente de creación de activadores psicosomáticos conscientes implicados en la regulación del equilibrio del organismo, y con capacidad de liberación de endorfinas y opiáceos internos que facilitan la experiencia y la visión positiva de la vida.
Mucho estrés proviene por preocuparse indebidamente por nuestro futuro y por el de los demás. El mejor antídoto contra esta eterna preocupación humana, reside en la confianza en nuestra alma, y en el alma de los demás: confianza espiritual propia y ajena, que desvela con claridad que nunca hay nada que temer, que estamos en el sitio y momento que tenemos que estar, por extraño o injusto que nos parezca, y que en cualquier situación que se nos presente tenemos los medios y la capacidad para hacer lo correcto y extraer las lecciones que el destino nos tenga preparadas.

Despejar el camino hacia el alma, es la mejor forma de romper los mecanismos ocultos de los interruptores de activación psicosomática, y reencontrar la alegría interior que caracteriza una vida libre de condicionamientos, dispuesta siempre a amar.