Para comenzar a meditar es aconsejable reservar cierto tiempo, cada día, al trabajo de meditación. Al principio, quince minutos son suficientes, y con un buen periodo de práctica se puede llegar a los 40 minutos, para acabar realizando una meditación estable durante una hora. El mejor momento para meditar es por la mañana cuando la mente suele estar más aquietada sin la carga de haber participado de los acontecimientos del día, y puede sintonizarse más rápidamente con los estados superiores de conciencia. Además, si iniciamos la jornada enfocando nuestra atención en cosas espirituales y cuestiones del alma, viviremos cada día en forma muy distinta.
Un buen lugar para meditar será un lugar realmente tranquilo y libre de intromisiones, donde podamos asilarnos de los demás. Es preferible evitar el mayor número de ruido y sonidos posibles, sobre todo si son artificiales.
La postura de meditación debe garantizar que se mantenga la columna y la espalda recta que permita el flujo de la energía, sentados, en una posición que no sufran las piernas ni las rodillas, nunca tumbados, a no ser que lo que se pretenda sea caer en un profundo sueño. La posición con las piernas cruzadas ha sido, y aún es, la más corriente en Oriente... Algunas de las posturas tienen relación con el sistema nervioso y con esa estructura interna de nervios sutiles que los hindúes denominan nadis, que subyacen en el sistema nervioso, como se lo conoce en Occidente.
El inconveniente de tales posturas conduce a dos reacciones, hasta cierto punto indeseables; nos llevan primero, a concentrar la mente en la mecánica del proceso y no en su finalidad; segundo, con frecuencia producen un agradable sentido de superioridad, basado en la intención de hacer algo que la mayoría no hace y que permite destacarnos como conocedores en potencia. Nos absorbe el aspecto forma de la meditación y no el Originador de la forma. Nos preocupamos del no-yo en lugar del Yo.
Debemos elegir esa postura que nos haga olvidar más fácilmente el cuerpo físico. Para el occidental probablemente la mejor postura es estar sentado: lo importante es que nos sentemos erguidos, con la columna vertebral en línea recta, relajados (sin dejarse caer) para que no haya tensión en ninguna parte del cuerpo, bajando la barbilla parcialmente a fin de eliminar toda tensión en la nuca... La meditación es un acto interno y se practica con éxito sólo cuando el cuerpo está relajado, en posición adecuada y, luego, olvidado.
Los ojos deben estar preferentemente cerrados, en una habitación con luz atenuada, salvo que el tipo de meditación exija otra posición de los ojos..
Una vez obtenida la comodidad física y el relajamiento, y habiendo retirado la conciencia del cuerpo, observamos a continuación nuestra respiración para tratar que sea tranquila, regular y rítmica. Los ejercicios respiratorios no son recomendables para los que se inician en meditación y muchas escuelas tampoco los aconsejan para los mas expertos. Lo único que debemos procurar es que nuestra respiración sea tranquila y regular; entonces retiraremos totalmente nuestro pensamiento del cuerpo y empezaremos la tarea de concentración.
Concentrarse es mantener la atención de forma relajada en un punto de referencia o en una técnica previamente elegida. El punto de referencia por excelencia es el centro energético ajna, en el entrecejo, que es el punto donde mejor se alinea el alma con la personalidad, pero puede variar según la técnica. La concentración no debe ser activa ni pasiva, sino un equilibrio entre ambos extremos, acompañada por la visualización, siempre sin tensión, con el solo esfuerzo de la atención, sin forzar los cuerpos. Concentrarse es totalmente distinto a tensionarse, debe mantenerse la atención con la mayor relajación posible, y cada vez que se pierde volver al punto o centro de referencia. Se trata de inhibir otras actividades mentales ajenas a la concentración decidida, mediante un intenso interés, no por el embotamiento o por la adopción de un método que conduzca al trance o a la completa ausencia de pensamiento.
La concentración gana en potencia cuando se utiliza la visualización con la suficiente imaginación y el empleo de la voluntad. Al imaginar una representación mental, la sustancia mental de nuestra mente establece cierto ritmo de vibración que atrae hacia sí el correspondiente grado de sustancia mental, en que la mente está sumergida. La voluntad mantiene esta imagen fija y le da vida. Este proceso continúa y se realiza aunque durante mucho tiempo no se pueda tener consciencia plena del mismo.
El primer paso para este desenvolvimiento es la concentración, o la capacidad de mantener la mente firme y sin desviarse sobre aquello que el aspirante ha elegido. Este primer paso es la etapa más difícil del proceso de la meditación, e implica la capacidad constante e incansable de hacer volver la mente al "objeto" elegido por el aspirante para concentrarse. Cada vez que la atención se dispersa y se deja arrastrar por la actividad emocional o mental reunimos nuevamente la atención sobre el objeto de concentración y retomamos la práctica.
Las etapas para la concentración están bien definidas y pueden ser enumeradas como sigue:
1. Elección del objeto en el cual se va a concentrar.
2. Retiro de la conciencia mental de la periferia del cuerpo, a fin de aquietar las avenidas de percepción y contacto externo (los cinco sentidos), entonces la conciencia ya no se exterioriza.
3. Centralización de la conciencia, fijándola en la cabeza. En el punto medio entre las cejas.
4. Aplicación de la mente, o poner la mayor atención posible al objeto elegido para la concentración.
5. Visualización del objeto, percepción imaginativa y razonamiento lógico del mismo.
Cuando se ha logrado perfeccionar estas cinco etapas se pueden explorar otras dos, en función de la técnica de meditación elegida:
6. Extensión de los conceptos mentales formados, de lo específico y particular a lo general y lo universal o cósmico.
7. Proponerse alcanzar lo que se halla detrás de la forma considerada, o llegar hasta la idea responsable de la forma.
Este proceso eleva gradualmente la conciencia y permite al aspirante llegar al aspecto vida de la manifestación, en vez del aspecto forma. Sin embargo, se empieza por la forma u "objeto". Los objetos, en los cuales se puede uno concentrar son de cuatro tipos:
8. Objetos externos, como imágenes de la deidad, cuadros o formas de la naturaleza.
9. Objetos internos, como los centros del cuerpo etérico. (Sobre todo el centro ajna, en el entrecejo).
10. Cualidades, como las diversas virtudes, a fin de despertar el deseo de poseerlas, y hacer que lleguen a formar parte del contenido de la vida personal.
11. Conceptos mentales, o esas ideas incorporadas en los ideales, subyacentes en todas las formas animadas, y que pueden asumir la forma de símbolos o de palabras.
La convicción de que son necesarios los “objetos” para concentrarse, originó la demanda de imágenes, esculturas sagradas y cuadros. Todos estos objetos implican el empleo de la mente concreta inferior, etapa preliminar necesaria. El empleo de tales objetos permite el control de la mente, de manera que el aspirante pueda hacer de ella lo que quiera.
Los cuatro tipos de objetos ya mencionados llevan gradualmente al aspirante hacia adentro y le permiten transferir su conciencia desde el plano físico al reino etérico, de allí al mundo del deseo o de las emociones, y progresivamente al mundo de las ideas y conceptos mentales.
Este proceso se desarrolla en el cerebro, y todo el hombre inferior es llevado a un estado de coherente atención en una sola dirección, donde todos los aspectos de su naturaleza están dirigidos a lograr una atención fija, o una concentración de todas las facultades mentales… Esta percepción clara, unilateral y tranquila de un objeto, sin que otro objeto o pensamiento penetre en la conciencia, es muy difícil de obtener de forma continuada.
La meditación es sólo la prolongación de la concentración; proviene de la facilidad con que el aspirante consigue “fijar la mente” a voluntad en un objeto determinado. Está sujeta a las mismas reglas y condiciones de la concentración, la única diferencia es el factor tiempo.
Todos estamos preparados para empezar a practicar la concentración, pero se precisa superar la aridez del periodo de transición y ser capaz de persistir el tiempo y las veces que sea necesario. La recompensa será muy superior al esfuerzo realizado
El proceso es simple, se trata de fijar la sustancia mental en un objeto determinado, imagen o idea; eliminar la tensión, permanecer relajado pero atento; reunir los pensamientos dispersos y mantener la mente firme y enfocada o centrada; centrar la atención enfocada en una sola dirección y con continuidad; mantener la mente activa y ocupada con las ideas y no con el esfuerzo por concentrarse; establecer un esfuerzo sin sobre estímulo por mantener con firmeza la posición del observador o percibidor.
La concentración se puede practicar en la vida diaria y utilizar los asuntos del vivir como una práctica de la concentración y meditación, desarrollando el hábito de buscar la exactitud en todas las cosas, con una atención clara en lo que decimos, leemos, oímos. Se trata de aprender a “prestar atención”, a todo lo que ocurre en nuestra consciencia.
La verdadera meditación es una actitud mental y derivará de una actitud concentrada. La continua concentración relajada acrecienta la vibración y poco a poco y con cierta práctica se produce casi por si solo el alineamiento, en el que el alma se irradia progresivamente hacia la personalidad, al principio de forma tenue, en momentos aislados, que con la práctica se van afianzando. En esos breves momentos se ha logrado realmente meditar. Este proceso se realiza en la mente que es la que visualiza, concentra la energía necesaria y se enfoca en el punto o técnica requerida. La práctica constante y la atención enfocada van haciendo posible el alineamiento, que solo se interrumpe cuando se pierde la atención, que no es mas que la irrupción de la personalidad con pensamientos y emociones, lo que produce la distracción y la dispersión de la energía alineada. Entonces hay que volver a la concentración y reiniciar el proceso en una permanente lucha relajada de la atención por mantenerse firme.
Es necesario seguir alguna fórmula de meditación durante un largo periodo, si no la hemos practicado previamente y hasta las personas con amplia experiencia de meditación se someten frecuentemente a prueba, utilizando una fórmula para asegurarse de que no han caído en una pasividad negativa emocional.
En la meditación la mente permanece activa, enfocada, pero no en estado de trance, o en mundos forzados de beatitud o supuesta iluminación, como a veces erróneamente se cree. Meditar se basa en la sencillez, parte de un proceso fácil de entender aunque difícil de practicar, como es la concentración, y continua con el alineamiento que no precisa de análisis ni de técnicas sofisticadas.
El alma es atraída a la actividad manifiesta mediante la práctica de la meditación, y ese proceso construye gradualmente un puente entre la personalidad y el Alma (conocido como “Antakarana”), que facilita el alineamiento y cada vez mayor rapidez y estabilidad en lograr el estado meditativo. A nivel de proyección cerebral, el alma se asienta en la región de la glándula pineal, y la personalidad se asienta en la zona del cuerpo pituitario y el tálamo, donde se coordina la naturaleza inferior. Al meditar se activa un impulso natural que yace dormido, y que anhela la unión del alma y su instrumento la personalidad.
Meditar supone un alejamiento del reino del mundo hacia el reino del alma, que con el tiempo se convierte en un hábito esotérico, creando un centro de paz dentro de sí mismo, en medio del bullicio, en cualquier momento y en cualquier lugar.
La contemplación no se puede provocar, ocurre por sí sola cuando la meditación se instaura en armonía y no hay ningún obstáculo en la mente. No debe buscarse, ocurre a su debido tiempo, cuando tenga que llegar, por lo que no tiene sentido elaborar emociones o pensamientos al respecto; no se debe desear porque esa misma inquietud impide su presencia.
A medida que se logra realmente meditar, el instrumento material de la meditación, el cerebro, se convierte en receptor sensible del Alma, controlando los procesos mentales y cerebrales.
En la meditación se trata de recibir impresiones del Yo Superior, directamente en el cerebro físico por medio de la mente. En la contemplación se trata de recibir en el cuerpo físico lo que el Alma misma percibe, y así la que contempla es el Alma.
A partir de la etapa de contemplación las percepciones del alma llegan a ser muy reales y constituye la meditación propia del alma en un estado que trasciende al vehículo físico, y que pertenece plenamente al mundo de la experiencia, y al que solo tienen sentido nombrar para preparar a la mente para abrirse a posibilidades que amplíen su capacidad de comprensión.